“cuando hay voluntad política del Poder Judicial, los juicios se pueden hacer rápido”

«Los testigos del Juicio a las Juntas se la jugaron, sin ellos no había posibilidad de juicio»

Para Pablo Llonto, el juicio a los comandantes de la dictadura “expuso que cuando hay voluntad política del Poder Judicial, los juicios se pueden hacer rápido”.

«Los testigos del Juicio a las Juntas se la jugaron, sin ellos no había posibilidad de juicio»
Por Pablo Llonto

Por: Pablo Llonto

El Juicio a las Juntas es el punto de partida principal del camino de Memoria, Verdad y Justicia, pero sobre todo de Justicia, que se ha transitado en el país y después de 40 años podemos sacar muchas conclusiones.

La importancia de los testigos es un punto que ha costado mucho instalar en estos años. Los medios hegemónicos y el establishment judicial y de historiadores han tratado de resaltar el papel de los fiscales y los jueces pero muy pocos le han dedicado el espacio que corresponde al rol que cumplieron los testigos, sobre todo los familiares y sobrevivientes de los centros clandestinos.

Ellos realmente se la jugaron en aquel momento: había que dar la cara con nombre y apellido en 1985, cuando la mayoría de los genocidas, de los autores directos de los crímenes, estaba en los cuarteles o en las comisarías, con armas y todavía con poder de desestabilizar la democracia. Recién en los últimos 10 años se tomó trascendencia y se reconoció su valor a las y los testigos. Sin testigos, no había posibilidad de juicio.

Otro aspecto a tener en cuenta es que, si bien fue el peldaño inicial, no fue el único peldaño para subir en esta escalera de lograr justicia. Se necesitaron muchos peldaños mejores que aquella sentencia, que no fue buena, que tuvo aspectos positivos pero también negativos producto de que esa Cámara Federal, esos jueces, estaban mayoritariamente alineados con el pensamiento filosófico de los juristas que asesoraban a Raúl Alfonsín, que querían establecer la responsabilidad de las conducciones de la dictadura y no la responsabilidad de todo aquel que haya cometido delitos, cosa que sí se está haciendo ahora.

Estos 40 años han servido también para contar la historia de muchas partes del juicio que no se conocían y que han ido saliendo a la luz, en las que se muestra claramente que fue el empuje de los organismos de derechos humanos, de las Madres y de los familiares, lo que logró que hoy la Argentina sea el país que está juzgando y tiene la intención de juzgar hasta el último genocida cuya responsabilidad se pueda probar.

Y, por supuesto, hay que sacarle un poco de exagerado brillo a los camaristas que integraban esa Cámara Federal. Hoy vemos como uno de ellos, Jorge Valerga Aráoz, es defensor de genocidas y representa a Juan Tasselkraut, que está imputado por crímenes de lesa humanidad por el secuestro y torturas a Héctor Ratto y la desaparición forzada de Diego Núñez, ambos obreros de Mercedes Benz.

Como aspecto positivo, el Juicio dejó las condenas a perpetua de Videla y de Massera y también expuso con claridad que cuando hay voluntad política del Poder Judicial, los juicios se pueden hacer rápido. En ese juicio, las audiencias se hicieron desde el 22 de abril hasta agosto. En 5 meses se tomaron 833 testimonios de lunes a viernes, lo que demuestra que cuando el Poder Judicial quiere, puede acelerar los juicios.

Hoy estamos frente a la paradoja de que los juicios por los crímenes cometidos en la dictadura son los más lentos y la Corte Suprema y las Cámaras de cada jurisdicción no toman la decisión política de acelerar estos juicios. Hoy, con suerte, se hace una audiencia cada 15 días, a veces una vez por mes, y son pocos los tribunales que están tomando una audiencia por semana. Eso demuestra  que es el Poder Judicial el responsable del achatamiento de la velocidad de los juicios de lesa humanidad.

*Pablo Llonto es abogado querellante en juicios por crímenes de lesa humanidad y escribió el libro “El juicio que no se vió”, sobre su cobertura como periodista del juicios a los comandantes.

A 40 años del Juicio a las Juntas: cuando los señores de la muerte se sentaron en el banquillo

Un hito en el proceso de justicia por los crímenes de la dictadura

Las voces de los sobrevivientes de los campos de concentración resonaron por primera vez en los tribunales. Las calles pedían castigo a todos los culpables en línea con el reclamo del movimiento de derechos humanos, que ha mantenido durante estas décadas la misma exigencia.

Por Luciana Bertoia
. Imagen: AFP

Más de 50.000 personas salieron a la calle el 22 de abril de 1985. Una pancarta reclamaba: “Los desaparecidos exigimos juicio y castigo a todos los culpables”. A partir de esa tarde, la Cámara Federal porteña iba a juzgar a los integrantes de las tres primeras Juntas Militares que habían usurpado el poder desde 1976, implementando un sistema de tortura, muerte y desaparición. Por el juicio –que se extendió hasta diciembre de ese año– desfilaron más de 800 testigos y se examinaron más de 700 casos, que terminaron probando que detrás de la metodología clandestina los perpetradores buscaban consagrar la impunidad de sus crímenes. El proceso terminó con las condenas a prisión perpetua de Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, las caras más reconocidas de la última dictadura, y marcó un hito imprescindible en un proceso de justicia que hizo de Argentina un ejemplo en el mundo. Un proceso de justicia que sigue en marcha y que registra 1197 condenados desde la reapertura de los juicios.

Ese mediodía, todos estaban nerviosos. Los jueces habían optado por calmar un poco la ansiedad con un almuerzo en La Emiliana, un restorán elegante que funcionaba en Avenida Corrientes al 1400, a unas pocas cuadras del Palacio de Justicia de Talcahuano 550. Hacia allá fueron los seis integrantes de la Cámara Federal: León Carlos Arslanian, Ricardo Gil Lavedra, Andrés D’Alessio, Guillermo Ledesma, Jorge Torlasco y Jorge Valerga Aráoz. Todos se habían incorporado al tribunal de apelaciones con la llegada al gobierno de Raúl Alfonsín.

El fiscal ante la Cámara, Julio César Strassera, y su adjunto, Luis Moreno Ocampo, se habían inclinado por un barcito ubicado en Talcahuano entre Lavalle y Corrientes. Con ellos estaban los “chicos” de la fiscalía, que se habían integrado meses antes para preparar la acusación. “Fue un día memorable”, dice Moreno Ocampo. “Nunca había pasado que hubiera una multitud de manifestantes en la Plaza Lavalle. Fue la primera vez en la historia que había gente demandando justicia ante los tribunales”.

En el Palacio, la sala estaba ocupada por los 100 invitados especiales que podían ocupar los bancos. Según recuerda Pablo Llonto en El Juicio que no se vio, había unos 150 periodistas distribuidos en dos palcos. El juicio era filmado por Argentina Televisora Color (ATC), pero no se difundía en directo ni se pasaban fragmentos con sonido. La decisión obedecía a no generar tensión con las Fuerzas Armadas.

Hubo un momento de tensión cuando le pidieron a Hebe de Bonafini, presidenta de Madres de Plaza de Mayo, que se retirara el pañuelo –emblema de su lucha. Hebe se resistió, lo que generó preocupación entre los jueces. Tuvieron que acercarse los fiscales y mediaron también otros referentes del movimiento de derechos humanos como Emilio Mignone, Augusto Conte y Adolfo Pérez Esquivel hasta que finalmente cedió.

Horas antes del inicio de la audiencia, los organismos habían distribuido un comunicado en el que le daban significación al Juicio. “Somos la memoria del sacrificio de nuestro pueblo en la lucha por la liberación, y no la obsesión de la venganza. Miramos el pasado –al cual se refiere siempre la acción de la justicia– como una fuente de advertencia. Pero el pasado constituye en este caso, al mismo tiempo, la amenaza de su repetición. Quienes han perpetrado los más graves delitos contra la vida, la integridad física y moral y la libertad de las personas no solamente proclaman que lo que hicieron fue legítimo; sostienen su derecho a hacerlo nuevamente toda vez que lo consideren necesario, y desconocen la legalidad de los tribunales de la Constitución encargados de juzgarlos”, señalaba la declaración que firmaban Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (LADH), el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) y el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), que puede leerse en Hacer Justicia, el portal que lanzó la ONG Memoria Abierta.

Por entonces, la presión militar se palpaba en el aire. La Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE) les había hecho llegar una propuesta horas antes del inicio del juicio a los camaristas: los excomandantes estaban dispuestos a asumir la responsabilidad, si se levantaba el juicio. No hubo concesiones y el juicio se hizo.

“A nosotros nos amenazaban de muerte, pero nada más –dice con ironía Moreno Ocampo. Los camaristas sufrían más presiones políticas. A nosotros nos dejaban hacer lo que quisiéramos”. El fiscal adjunto, para entonces, tenía una rutina: antes de subir a su auto, se tiraba al piso para comprobar que no tuviese una bomba.

El descenso a los infiernos

–Señores de pie– se escuchó a las 15.25.

Se pusieron todos de pie menos los acusados, que no estaban. La Cámara había dispuesto que solo sería necesario que estuvieran presentes en los alegatos. Quienes asistieron al juicio ese primer día se quedaron con las ganas de ver en el banquillo de los acusados a Videla, Massera, Orlando Ramón Agosti, Roberto Eduardo Viola, Armando Lambruschini, Omar Domingo Rubens Graffigna, Leopoldo Fortunato Galtieri, Jorge Isaac Anaya y Basilio Lami Dozo.

El primer testigo fue Ítalo Luder, expresidente provisional del Senado que ejerció la primera magistratura cuando María Estela “Isabel” Martínez de Perón estuvo de licencia. A Luder lo habían convocado para explicar los decretos de aniquilamiento que los militares invocaban para justificar su accionar criminal.

La voz de los exdetenidos-desaparecidos recién se escuchó una semana después. La primera sobreviviente de los campos de concentración en testificar fue Adriana Calvo. Física, docente universitaria, Adriana Calvo fue secuestrada de su casa cuando cursaba un embarazo avanzado. Más tarde, los grupos de tareas se llevaron a su marido, Miguel Laborde. Adriana relató cómo parió a su beba, Teresa, mientras estaba con los ojos vendados y las manos atadas en el asiento atrás de un patrullero que iba a toda velocidad desde la Comisaría 5ª de La Plata hasta el Pozo de Banfield. Cuando llegó a ese centro clandestino, el médico policial Jorge Bergés le extrajo la placenta de un solo golpe. Le dieron un balde para que limpiara y recién después pudo tener en brazos a su bebita.

–Señor presidente: ese día hice la promesa que, si mi beba vivía y yo vivía, iba a luchar todos los días de mi vida para que se hiciera justicia– le dijo Adriana al juez Ledesma.

Nadie se atrevió a pronunciar palabra después del relato del horror que había hecho la sobreviviente del Circuito Camps. Lo mismo pasó cuando semanas más tarde declaró Iris Pereyra de Avellaneda, sobreviviente y madre de un adolescente, Floreal “Negrito” Avellaneda, que había sido torturado hasta la muerte y arrojado en un vuelo de la muerte.

Los testimonios se extendieron hasta agosto de 1985. Los últimos que se escucharon fueron los que retrataban lo que había sucedido en el Hospital Posadas, el policlínico de la zona oeste que fue ocupado militarmente después del golpe. Medio centenar de trabajadores pasaron a integrar las listas negras y fueron detenidos ilegalmente. Para fines de 1976, empezó a funcionar un centro clandestino dentro de un chalet que estaba en el predio. La enfermera Gladis Cuervo estuvo allí secuestrada, donde fue sometida a feroces tormentos y presenció lo que padecieron sus compañeros de trabajo. Gil Lavedra escribió en La hermandad de los astronautas que con la declaración de Gladis fue la última vez que lloraron en el juicio.

Osvaldo Barros es sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Él y su compañera, Susana Leiracha, fueron testigos en el juicio. “Fue un caso muy difícil por un lado y muy emocionante por otro. Desde la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD) se hablaba mucho con la fiscalía y se ayudó con la selección de los testigos. Nosotros estamos muy agradecidos con los pibes de la fiscalía, que nos acompañaban y tranquilizaban”, recuerda.

“Mi impresión es que el juicio fue muy importante para hacer conocer al conjunto de la sociedad la magnitud de lo que había sucedido. Hasta entonces no se sabía. Estaba el informe Nunca Más de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), pero el juicio tuvo mucha presencia en los medios. Lo malo fueron las condenas irrisorias”, añade Barros.

Los excomandantes debieron estar en la sala cuando Strassera y Moreno Ocampo los acusaron. El final del alegato del fiscal invocando el Nunca Más despertó llanto y aplausos en el Palacio de Talcahuano. Algunos de los exintegrantes de las Juntas salieron mirando al piso; otros dedicaban improperios hacia las gradas.

El 9 de diciembre, la Cámara dio a conocer la sentencia. Solo Videla y Massera fueron condenados a prisión perpetua. Viola recibió una pena de 17 años; Lambruschini, de ocho y Agosti, de cuatro años y medio. Los demás acusados fueron absueltos. Después vinieron las leyes, los indultos y casi dos décadas de impunidad. En 2005 –casi 20 años después del Juicio a las Juntas– la Corte Suprema dio el paso necesario para reabrir las investigaciones e iluminar todos aquellos rincones del terrorismo de Estado que aún seguían en la oscuridad.

https://www.pagina12.com.ar/819426-a-40-anos-del-juicio-a-las-juntas-cuando-los-senores-de-la-m

“Declarar en el Juicio a las Juntas fue como liberarnos”

A 40 años del inicio del proceso contra los excomandantes

El sobreviviente de La Noche de los lápices repasa cómo preparó su declaración, los miedos de la familia y la soledad que enfrentaron los exdetenidos-desaparecidos.

Por Luciana Bertoia
. Imagen: Gentileza

Pablo Díaz se sentó el 9 de mayo de 1985 ante la Cámara Federal que juzgaba a los excomandantes. Era la tercera semana de audiencias del Juicio a las Juntas y él, con voz tímida, habló de uno de los horrores de la dictadura: el secuestro, la tortura y la desaparición de estudiantes secundarios.

Al momento de su secuestro, Pablo Díaz tenía 18 años y cursaba sus estudios en una técnica de La Plata a la que llamaban “La legión”. Como el resto de los pibes y de las pibas de lo que se conoció como La Noche de los lápices, pasó por el campo de Arana. Después lo trasladaron al Pozo de Banfield, donde vio por última vez con vida a María Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Horacio Ungaro, Claudio de Acha, Daniel Racero y Francisco López Muntaner. Su periplo continuó por el Pozo de Quilmes, la comisaría tercera de Valentín Alsina y la Unidad 9 de La Plata.

Su testimonio en el Juicio a las Juntas fue recogido en el libro de María Seoane y Héctor Ruiz Núñez, y fue la base para la película de Héctor Olivera. A 40 años del inicio de ese proceso judicial, Pablo Díaz dialogó con Página/12.

–¿Cómo se preparó para el Juicio?

–Íbamos a la fiscalía. Recuerdo una reunión en la que estábamos Adriana Calvo, Osvaldo Barros y Jorge Watts, y preguntamos si teníamos que mencionar a otros sobrevivientes. Luis Moreno Ocampo nos dijo que si los nombrábamos, los iban a llamar a declarar. Silencio total. Y Adriana Calvo dijo que los teníamos que nombrar. Para mí, ella era como una hermana mayor, así que la seguía. Hubo toda una discusión sobre si éramos nosotros quienes teníamos que presentar la prueba.

El peso sobre las víctimas…

–Sí. Con Adriana, nos encontrábamos en la fiscalía y también me invitaba a una casa de Flores donde se reunía la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD). Yo me volví a casa en el micro Río de La Plata y pensaba que si no querían declarar debía ser porque tenían miedo o por algún motivo. Era una decisión difícil porque terminabas exponiendo a otros compañeros. Yo le preguntaba a Mabel Colalongo, de la fiscalía, y ella me decía que tenía que contar todo. Ella me dijo que iba a declarar ante la justicia terrenal y divina.

–¿Usted era creyente?

–No, pero en el Pozo María Claudia Ciocchini nos decía que rezáramos. Yo, en el juicio, me aferré a la idea de contar a Dios lo que había pasado en los campos. El compromiso que había asumido con ellos cuando nos separaron era dar testimonio. El Juicio, para nosotros, era cumplir con nuestros compañeros. Era también liberarnos.

–¿Qué recuerda de ese día?

– Siempre recuerdo que todos habían quedado conmovidos porque yo hacía el gesto de poner las manos atrás (como si estuviera maniatado). Es como que había vuelto al centro clandestino. No me pasa lo mismo ahora cada vez que declaro.

–¿Cómo diferencia ese juicio de los actuales?

–Hay una gran diferencia. Yo, en ese momento, sentí que entraba a la justicia. Hoy hay tres jueces. Algunos apagan la cámara, si es una audiencia virtual. Se quieren ir rápido. En el Juicio a las Juntas estaban los seis jueces que representaban a la justicia en la que yo creí –en la que me hicieron creer Julio Strassera, Moreno Ocampo y los ayudantes de la fiscalía.

–¿Se sintió apoyado por la fiscalía?

–Una vez estaba hablando con Mabel Colalongo y entra Strassera, me apoya la mano en el hombro y me dice: “Vas a hacer historia”. Moreno Ocampo decía que yo era un desprejuiciado. El único problema que se me presentó es que yo les dije que tenía que declarar y que los padres de la chica con la que estaba saliendo no sabían lo que me había pasado. Y Luis me contesta: “Peleate”. Eso hice cuando volví a La Plata. A las dos semanas, cuando la vuelvo a ver, ella me dice: “No sabés el lío que me hicieron mis padres por poner a mis hermanos en peligro por andar con vos”.

–¿Y su familia lo apoyó con la declaración?

–Cuando vuelvo a mi casa después de testimoniar, mi mamá y mi hermana vienen llorando a abrazarme. Mi mamá me dice: “Tu papá está en el escritorio”. Y cuando entro a hablar con él, me dice exactamente lo mismo: “¿Qué hiciste? Pusiste en peligro a toda la familia. ¿Lo pensaste?”. Mis padres no sabían que iba a declarar. Cuando terminó la audiencia, me volví solo. Ahora hay acompañamiento. Antes ibas a declarar solo. Cuando salgo, me cruzo con Nora Ungaro (hermana de Horacio) y le digo: “Lo nombré”. Era toda una instancia primaria.

–¿Presenció otra audiencia?

–No. Eran cosas que, si me involucraba, lloraba mucho. Pero declaramos. Por más que pusiéramos nuestras vidas en riesgo, al declarar asumíamos un compromiso que era mucho más que personal. Yo le di un valor enorme al Juicio; por eso, creo que no afectó tanto la sombra de las leyes de impunidad que siguieron

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Iris Avellaneda: “Sentí orgullo al haber participado del Juicio a las Juntas”

A 40 años del inicio del proceso contra los jerarcas de la dictadura

Fue secuestrada el 15 de abril de 1976 junto a su hijo de quince años, Floreal “Negrito” Avellaneda. Fue liberada recién en 1978. A los tres días se enteró de que el chico había aparecido muerto en las costas de Uruguay. “Fue un exterminio, y seguiré peleando”, dice en diálogo con Página/12.

Por Luciana Bertoia
. Imagen: Archivo

El testimonio de Iris Pereyra de Avellaneda duró cerca de media hora, pero fue uno de los más desgarradores que se escucharon en las audiencias del Juicio a las Juntas. La mujer, que se reivindicó como militante comunista, contó cómo el 15 de abril de 1976 una patota llegó a su casa buscando a su marido. Al no encontrarlo, los secuestraron a ella y a su hijo de quince años, Floreal “Negrito” Avellaneda. Lo último que escuchó de su hijo fueron los gritos en la tortura antes de ser llevada desde la comisaría de Villa Martelli a Campo de Mayo. Desde la cárcel de Olmos, Iris escribió más de 60 cartas preguntando por el paradero de su hijo e impulsó hábeas corpus. Cuando la liberaron, salió dispuesta a meterse en Campo de Mayo para encontrar al “Negrito”. Pero, a los tres días alguien se animó y le dijo: “No lo busques más, al ‘Negrito’ ya lo mataron”. Su cuerpo había aparecido en las costas del Uruguay, con signos de haber sido brutalmente atormentado. La presidenta de la Liga Argentina por los Derechos Humanos (LADH) recordó aquellos días en diálogo con Página/12.

–¿Cómo llegó a declarar en el Juicio a las Juntas?

– Empecé a declarar en 1979, cuando vino la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Después con la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep). Cuando fue el Juicio a las Juntas, los compañeros me llamaron. No me negué. Al contrario, yo quería ser testigo. Quería enjuiciar a la Junta Militar.

–¿Tenía, además, una causa abierta en la justicia de San Martín por lo que pasó con el “Negrito”?

–Claro. Nuestro secuestro fue el 15 de abril de 1976. Salgo en 1978, en plena dictadura. No se podía hacer ni mover nada. Cuando yo salgo en libertad, recién al tercer día, me entero por mi cuñada de lo que había pasado con el Negrito en las costas del Uruguay. Había aparecido ahí por los vuelos de la muerte. Para mí fue un golpe tremendo. Recién en 1983, cuando vino la democracia, pudimos empezar hacer algo. El doctor Julio Viaggio, un abogado de la LADH, llevó la causa. Nos reuníamos cada semana para apuntar datos, saber qué había pasado y tener una buena estrategia.

–¿Y la relación con Uruguay?

–Allá aparecen los cuerpos. El del “Negrito” pudo ser reconocido por el tatuaje que tenía con las iniciales FA. Cuando presentamos la querella en Uruguay, los jueces se declararon incompetentes. Lo pudimos identificar por las fotos que sacó un fotógrafo conocido de Carlitos Zamorano, nuestro querido abogado de la Liga. La única prueba que tuvimos para el juicio de 2009 fueron esas fotos. (N de R: Nunca se recuperó el cuerpo del “Negrito”).

–¿Qué recuerda del día que declaró en el Juicio a las Juntas?

–Llegué al tribunal y el que me recibió de entrada fue Pablito Llonto, que era periodista de Clarín entonces. Estuvimos charlando. Yo estaba muy nerviosa. Tenía 46 años cuando fue el juicio. Era mi primera vez como testigo. Se me hacía un nudo en la garganta. El juez que me tomó la declaración me decía: “Tranquila, señora, tome un poquito de agua”. Declaré y me retiré. No me quise quedar.

–¿Con la fiscalía había tenido contacto antes?

–No, no. Pero me llegaron mucho las palabras de Julio Strassera (en el alegato) cuando dijo “Nunca Más”. Porque, era cierto, el juicio era un Nunca Más a un golpe de esta índole.

–¿Y cómo tomó la sentencia?

–La escuchamos por la tele. Fue un aliciente porque se condenaba a la Junta. Para mí fue importante este juicio. No se había hecho algo así en el exterior. El primer juicio fue así acá, en la Argentina, y eso te toca. Te da orgullo haber sido parte.

–¿Cómo sintió que fue el trato a los sobrevivientes?

–Yo nunca negué que militaba en el Partido Comunista, y menos a los jueces. A ellos les interesaba saber cómo me había enterado de que el “Negrito” había aparecido por los vuelos de la muerte.

–¿Percibió diferencias entre el Juicio a las Juntas y el que se hizo en 2009?

–Fue distinto el juicio. Fue duro porque en un momento Santiago Omar Riveros se paró y dijo que quería pedirnos disculpas. ¿Disculpas de qué? ¿Después de que mató al “Negrito”? No me cabe ningún respeto hacia esa persona. Se quería lavar las manos. Después vino la película Argentina, 1985, que aparece mi testimonio. Fue importante. Soy una de las pocas personas que aparece testificando, no personificada por actores. Me hubiese gustado que me contactaran antes para poderles explicar más sobre el “Negrito”.

–¿Cuándo empezó a militar su hijo?

–A los doce años, le dice entusiasmado al padre que se había afiliado a la “Fede” (la Federación Juvenil Comunista). Siempre iba al local de Boulogne, a veces con el padre. Él no hacía militancia en la calle. Nosotros teníamos un mimeógrafo en casa. Como militábamos, necesitábamos volantes, y él los hacía. Era un crack en eso. Desgraciadamente pagó con la vida por esta gente tan inescrupulosa de la Junta Militar. Esto fue un exterminio, y yo seguiré peleando.

Después del Juicio a las Juntas, nadie puede discutir que hubo un plan criminal de la dictadura

A 40 años del inicio del proceso a los excomandantes
Ricardo Gil Lavedra: “Después del Juicio a las Juntas, nadie puede discutir que hubo un plan criminal de la dictadura “
Entrevista con uno de los integrantes de la Cámara Federal que condenó a Videla y Massera. Las presiones de las Fuerzas Armadas y de los servicios de inteligencia para frenar el juicio y la necesidad de darles justicia a las víctimas.
Por Luciana Bertoia
20 de abril de 2025 – 05:41
. Imagen: NA
Seis camaristas juzgaron en 1985 a quienes habían comandado a las Fuerzas Armadas entre 1976 y 1982, sembrando de muerte el territorio argentino. Ricardo Gil Lavedra es uno de los integrantes de aquel tribunal. Tiene, además, otra particularidad: se dio la tarea de contar el Juicio a las Juntas por dentro a través del libro que publicó meses atrás, La hermandad de los astronautas. Por entonces, el juez Jorge Torlasco sostenía que los integrantes de la Cámara Federal porteña, que acababa de conformar Raúl Alfonsín, se movían como en una cápsula espacial: aislados y tratando de llegar a destino. Para León Carlos Arslanian, Andrés D’Alessio, Guillermo Ledesma, Jorge Valerga Aráoz, Torlasco y Gil Lavedra, llegar a destino implicaba poder dictar sentencia contra Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, entre otros.
En la víspera de que se cumplan 40 años del inicio aquel juicio que se volvió emblema a nivel nacional e internacional, Gil Lavedra, presidente del Colegio Público de la Abogacía de la Capital Federal (CPACF), dialogó con Página/12 acerca de aquellos días de 1985.
–¿Siente que cambió la percepción del Juicio a las Juntas, que quienes entonces decían que con éste se ponía en riesgo la democracia ahora lo describen como una piedra basal de la democracia?
–El Juicio a las Juntas y la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) permitieron abrazar a la democracia con los derechos humanos, el imperio de la ley y el estado de derecho. Esto me parece que ayudó mucho a consolidar la cultura democrática.
–También cambió las prácticas judiciales porque entonces no había juicios orales…
– Sí, en aquel momento regía el código de Obarrio del final del siglo XIX, que era un procedimiento con claras notas de inquisitivo. Tanto la instrucción como el plenario lo llevaba un juez: un juez de instrucción primero, luego un juez de sentencia y de modo escrito.
–¿Hubo en los meses de audiencias algún testimonio que lo haya conmovido particularmente?
– Es difícil, me parece, distinguir a una sola persona porque me conmovieron muchísimas.Tenga en cuenta que era gente que había padecido cosas inhumanas, torturas salvajes y venía a exponerlas en público, con lo cual yo quisiera también destacar la valentía que tuvieron todos los testigos cuando aún la democracia no estaba asegurada y los autores de esos crímenes terribles estaban en libertad. Hay que resaltar la entereza de ir a relatar su padecimiento frente a un tribunal de modo público.
–¿Cómo recuerda el lobby de las organizaciones pro-militares como Familiares y Amigos de Muertos por la Subversión (FAMUS)?
–Sinceramente no recuerdo mucho el activismo de las organizaciones de este tipo. Hubo, claro, declaraciones públicas y probablemente también la publicación de alguna solicitada, pero me parece que la tensión de ese momento era la posibilidad de llevar adelante un juicio que las Fuerzas Armadas soportaban pero no estaban de acuerdo. Tenga en cuenta que un jefe del Estado Mayor del propio presidente democrático Raúl Alfonsín pedía amnistía. Todo el mundo pedía también: la Iglesia y los medios de comunicación. Hubo incluso una cosa que parece grotesca, pero el financiamiento de las defensas del juicio lo hicieron las Fuerzas Armadas. Eran todos estudios de primera línea que obviamente los acusados no estaban en condiciones de solventar. Eso salió de las propias Fuerzas Armadas y sus gastos reservados.
–Usted en el libro relata que el jefe de la Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE) fue a decirle a Carlos Arslanian que los comandantes estaban dispuestos a asumir su responsabilidad si no se continuaba con sus subordinados…
– Es así. Que ellos asumían su responsabilidad y que obviamente no hiciéramos el juicio.
–¿Cómo recepcionó el gobierno el punto 30 de la sentencia, que ordenaba seguir investigando porque ponía, de algún modo, en tensión la política de juzgamiento del alfonsinismo?
– Yo creo que mal porque había una expectativa de que la sentencia diera alguna expresión, algo que permitiera sostener que éste iba a ser el único juicio o que los oficiales inferiores habían actuado bajo el imperio de órdenes que no podían resistir. Pero, por cierto, no era algo que se pudiera hacer porque la práctica es que cuando en el transcurso de un juicio aparece la comisión de otro delito, el juez está obligado a sacar testimonio y ordenar que se investigue. En este caso, que eran centenares y centenares de hechos que los teníamos frente a nuestros ojos, por supuesto que tenía que investigarse la responsabilidad de los autores directos. Con esto quiero decir que no fue un punto de discusión dentro de la Cámara. Naturalmente incluimos ese aspecto.
–Hay otro hecho bastante conocido, que es la decisión de ustedes, después de la sanción de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, de sacar del país la prueba del juicio. ¿Creen que fue una decisión atinada?
–Era la prueba de la audiencia. Como es un juicio oral, el documento de la realización de la audiciencia es la filmación. Temíamos lo que fuera a pasar. Hay que tener en cuenta que Alfonsín sufrió tres alzamientos militares, pidiendo la amnistía. Por eso nos decidimos y aceptamos un ofrecimiento que por intermedio del profesor (Bernardo) Beiderman nos hizo llegar a un Instituto Internacional de Derecho Penal y Criminología que tiene sede en Oslo, Noruega. Sacamos una copia de la audiencia medio subrepticiamente porque ya no estábamos en el tribunal y la llevamos en nuestras valijas con los pañuelos y las medias ahí metidos. Dejamos la sentencia y, para nuestra sorpresa, el recibimiento que nos hicieron en Oslo fue impresionante. Fuimos agasajados tanto por la Corte Suprema, por la Asociación de Abogados y por el Parlamento. La ceremonia en la que entregamos los casetes fue muy pomposa.
– Es que no existía una experiencia como la argentina de juzgar a los máximos responsables de las Fuerzas Armadas por un tribunal nacional tan poco tiempo después…
–No, claro, fue un proceso inédito.
–¿Y cómo ve el proceso de justicia actual después de la reapertura de las causas?
–Yo soy de la idea de que esas heridas tan profundas que ha producido el terrorismo de Estado, esos crímenes tan terribles como los que padeció la sociedad argentina, solo pueden cerrarse con justicia. Es decir, a mí me pareció bien que se reabrieran los juicios. Por supuesto que hay mucha polémica, porque se aplicaron reglas de derecho internacional y se dijo que esto no podría reabrirse porque se estaban aplicando retroactivamente normas.Yo creo que esto ha ayudado a tratar de cicatrizar estas heridas. Por eso ese modelo de comisión de la verdad y de enjuiciamiento de la Argentina luego llegó a todas partes del mundo.
–¿Qué le pasa cuando parte de la dirigencia actual dice que lo que se ha contado durante los últimos 40 años de la Argentina es mentira, una fabricación de las Madres, las Abuelas y la izquierda?
–No dicen que es una mentira. Lo que se dice es que se ha ocultado o se le ha restado importancia a los crímenes cometidos por las organizaciones armadas. Pero nadie discute lo que pasó. Es decir, que acá hubo un plan criminal consistente en secuestrar, en torturar, en violar sistemáticamente a las mujeres, apropiarse de los bienes, apropiarse de los chicos y asesinar en secreto. Eso no está bajo discusión. Es uno de los grandes aportes que ha hecho el juicio. Lo que se reclama es por los crímenes cometidos durante la década del 70, que por cierto han ocurrido y nadie los niega.
–¿Y en ese caso usted considera que todavía se los puede juzgar o que eran delitos comunes y que prescribieron?
– También es un punto muy polémico. Si constituye o no un delito de lesa humanidad, si es imprescindible una presencia estatal para que esto lo sea, es un punto discutido aún en el derecho internacional. Hasta el presente nuestra Corte Suprema ha dicho que no. En el caso Lariz Iriondo, que es la extradición de un miembro de la ETA, nuestra Corte Suprema dijo que los delitos de terrorismo prescribían. Pero, por cierto, yo creo que más allá de la reapertura, que sería simbólica, casi todos los autores de esos delitos han sido asesinados o han muerto. O algunos de estos casos que ya han sido también juzgados, yo creo que lo que se pretende es una suerte de reparación simbólica o económica.
–Cuarenta años después, ¿usted piensa que la sociedad argentina podría haber aguantado la transmisión en directo de las audiencias del Juicio a las Juntas?
– Es contrafáctico. Yo creo que hubiera sido sin lugar a dudas muy impactante, porque si lo fue nada más que con el periodismo gráfico y con imágenes sin sonido que se transmitían por televisión a la noche. No sé si hubieran permitido una transmisión en directo porque las restricciones que hubo en la comunicación, soy absolutamente sincero, fueron tomadas para tratar de no exacerbar el malestar militar. Esa es la razón. Y aparte porque aún así yo no creo que hubieran permitido nunca una televisión en directo para tratar también de salvaguardar ciertas solemnidades que tenía que tener el proceso.
https://www.pagina12.com.ar/819423-ricardo-gil-lavedra-nadie-puede-discutir-que-hubo-un-plan-cr

QUIEN ES AGUSTIN LAJE ARIGONI

 

El video oficial del 24 de marzo es muy interesante, más allá de la discusión acerca de si su autor cobró 50.000 dólares por hacerlo o fue un aporte ad honorem. El expositor es Agustín Laje, presidente de la Fundación Faro, que se encarga de recaudar fondos para las necesidades electorales del gobierno. Nacido en 1989, se presenta como parte de una generación que vivió toda su vida en democracia. Los violentos años ’70 le llegaron como ejercicio de memoria. Los alumnos del siglo XXI fueron adoctrinados en un relato maniqueo y reduccionista. “Algo no me cerraba, me parecía que al relato le faltaban partes, que a la historia que me estaban vendiendo estaba sesgada e incompleta. Por eso, a mis 15 años decidí comenzar a investigar por mi propia cuenta. Accedí a numerosa bibliografía, recorrí hemerotecas y me entrevisté con protagonistas de la época y así pude conocer mejor nuestro pasado”. Es decir, un joven virgen de cualquier preconcepto, que desconfió de la versión que le transmitían sus profesores y se dedicó a investigar por su cuenta. Su conclusión es que las Fuerzas Armadas respondieron a una agresión terrorista en el contexto de la guerra fría. No niega los hechos, los justifica. Hasta el amigo presidencial Alejandro Fantino lo refutó: “No me interesa si en el secundario te daban bien o te daban mal la historia. Yo estuve en el Liceo Militar, dos años, entonces la historia me la contaban de otra manera como no te la contaban a vos”.

Laje, al centro, con Novelli, uno de los investigados por la criptoestafa $Libra.

La biografía real

Esta biografía es tan atractiva como falsa. Agustín Laje Arigoni, como firmaba antes de ingresar a la galaxia libertaria es, en realidad, sobrino nieto de uno de los militares condenados por Crímenes de Lesa Humanidad. Se trata del coronel Raúl Fierro, hermano de su abuela, quien fue detenido en 2008.

Como coronel organizó para Luciano Benjamín Menéndez el denominado proceso de recuperación de los pocos sobrevivientes que el Cuerpo III decidió dejar con vida. Una de esas sobrevivientes, Liliana Geuna, contó en la “Megacausa Menéndez III (La Perla – Campo de la Ribera – D2)” que los llamaban Muertos que Caminan y a cada uno le asignaban un número.

Ella y otras víctimas estaban lavando autos y el represor Ricardo “Fogo” Lardone les dijo que no podía soportar el olor de una goma quemada porque le recordaba a los fusilamientos. “Que los fusilaban así: esposados atrás y que algunos que tenían miedo, como el torturador Raúl Fierro, les hacían atar también las piernas. Que tiraban alquitrán y les prendían fuego. Dijo: ‘Tengo el olor en la nariz y la visión de los cuerpos que cuando se queman, empiezan a moverse’”. Geuna entonces levantó sus brazos ante el Tribunal y los movió como los de un muñeco desarticulado. Luego los bajó y se quedó en silencio.

Otra testigo, Valentina Enet, contó que buscando a su hermano secuestrado su padre consiguió una cita con Fierro. En su oficina del Tercer Cuerpo, Fierro recibió una llamada del cardenal Francisco Primatesta y los dejó solos. “Yo me tiré sobre el vidrio de su escritorio porque debajo tenía muchas fotos. Casi todas con puntitos rojos como de sangre y marcas con lapicera. Una, la más grande, me llamó la atención: no tenía cabeza”. Fierro regresó en forma tan súbita como se había ido. Con una sonrisa dijo: “Ah, veo que estuviste mirando mi álbum de recuerdos… Pero a ése no lo vas a reconocer. Es Vaca Narvaja. Eso les pasa a los padres de los subversivos que buscan a sus hijos”. Su historia fue consignada en el  El Diario del Juicio, editado en Córdoba por las asociaciones de Familiares e Hijos.

 

 

Fragmento extraído de la muestra de represores del Espacio de Memoria La Perla.

El catedrático Miguel Hugo Vaca Narvaja fue un dirigente de la Unión Cívica Radical y el último ministro del Interior del presidente Arturo Frondizi, luego de cuyo derrocamiento presidió la UCRI. Lo secuestraron de su domicilio dos semanas antes del golpe del 24 de marzo de 1976 y su cabeza fue hallada en una bolsa de nylon en Alta Córdoba. Su hijo homónimo, abogado, había sido detenido el 20 de noviembre de 1975 al salir de los Tribunales Federales, donde defendía a presos políticos. Fue torturado en el Departamento de Informaciones D2 de la Policía de la Provincia y alojado en la Unidad Penitenciaria Nº1 (UP1) de Córdoba. El 12 de agosto de 1976 fue extraído de allí para un supuesto traslado, junto con los hermanos Eduardo y Gustavo de Brueil. Vaca Narvaja y Gustavo fueron asesinados durante el trayecto, y Eduardo obligado a presenciar la ejecución, con el recado de contarlo a los demás presos para infundirles terror. El nieto homónimo fue colaborador de María Elba Martínez en denuncias por violaciones a los derechos humanos y hoy es el juez federal Miguel Hugo Vaca Narvaja.

Sara Solarz de Osatinsky declaró en el juicio que en represalia por la fuga de su esposo de la base aeronaval de Rawson, Menéndez, Fierro, El Nabo Ernesto Barreiro y Héctor Pedro Vergez, se propusieron “borrar nuestro apellido de la faz de la tierra”. Mientras estaba detenida, Vergez la visitó en la ESMA, para narrarle en sádico detalle cómo habían asesinado a sus hijos de 19 y 15 años.

Laje no tiene responsabilidad alguna en hechos que sucedieron antes de su nacimiento y le asiste el derecho a fijar su posición sobre cualquier tema, pero no a ocultar datos tan significativos de su propia biografía para hacerse pasar por un observador imparcial que estudia los hechos por amor a la verdad. Esa pretensión también contradice sus numerosas tomas públicas de posición sobre hechos del presente: llama cerdo a Maradona, tipo a Florencia de la V, hijas de puta que enseñaron a sus hijos a matar a las Madres de Plaza de Mayo e insta a las fuerzas de inseguridad a apuntar bien al disparar balas de goma o cartuchos de gases lacrimógenos.

 

 

MATHOV CONDENADO POR LA REPRESION DE DICIEMBRE DEL 2001

Luego de que quedara firme la condena en su contraYa está detenido Enrique Mathov, uno de los responsables de la represión del 2001

 (Fuente: NA)

El ex secretario de seguridad del gobierno de Fernando de la Rúa, Enrique Mathov quedó detenido esta mañana en los tribunales federales de Retiro. La detención se dio luego de que quede firme la condena en su contra por la represión del 2001. E Tribunal Oral Federal 6 resolverá el lugar donde quedará alojado hasta que se resuelva si se le concede o no el arresto domiciliario que pidió su defensa.

El Tribunal Oral Federal 6 condenó a Mathov por la represión de 2001 y lo había citado para este jueves a fin de quedar detenido luego que la Corte Suprema de Justicia dejara firme la pena impuesta contra el ex funcionario.

La jueza Adriana Pallioti resolvió que “habiendo adquirido firmeza la sentencia de cuatro años y tres meses de prisión dictada en autos, y encontrándose aquélla ejecutable, cítese a Enrique José Mathov -a través de su defensa- para que se presente en el Tribunal el día jueves 19 de septiembre del corriente año a las 09:30 horas, a fin de estar a derecho y hacer efectiva la detención”, según la resolución.

La defensa del ex funcionario había pedido el arresto domiciliario en razón de que Mathov tiene más de 70 años, algo que tendrá que resolver el tribunal.

En cuanto al otro condenado, el ex jefe de la Policía Federal Rubén Santos, está de viaje en España con permiso judicial, por lo que se lo intimó a regresar al país en las próximas 72 horas para quedar detenido. En su caso, la condena es a 3 años y seis meses de prisión.

Las condenas a Mathov y Santos

Mathov fue condenado el 18 de mayo de 2021 por tres homicidios culposos y las heridas que sufrieron decenas de manifestantes en la zona de Plaza de Mayo durante la represión que precedió a la renuncia del fallecido ex presidente Fernando de la Rúa, quien resultó sobreseído en el caso.

El ex funcionario estuvo preso por esta causa 6 meses y 25 días, desde el 1 de enero de 2002 hasta el 26 de julio de 2002, cuando se lo excarceló, por lo tanto, según el cómputo de pena que hizo el tribunal, su condena se dará por cumplida el 22 de mayo de 2028.

En el caso de Santos, estuvo detenido 5 meses y 19 días en 2002, por lo cual su condena se dará por cumplida el 28 de septiembre de 2027.

El Tribunal citó a ambos luego que ayer la Corte Suprema de Justicia dejara firmes las condenas y rechazara por “inadmisibles” los recursos extraordinarios que presentaron las defensas.

Mathov y Santos quedaron condenados por la muerte de tres de los manifestantes, Gastón Riva, Carlos Almirón y Diego Lamagna, y por las heridas que la policía causó a otros 20 durante las protestas en Plaza de Mayo, en medio del estado de sitio que había decretado el gobierno de Fernando De La Rúa.

https://www.pagina12.com.ar/768643-ya-esta-detenido-enrique-mathov-uno-de-los-responsables-de-l

LA EXLEGISLATURA SANJUANINA Y LA MARQUESITA PARA CUANDO?

Con la consigna “8 años del EPM, 20 años sin leyes de impunidad, 40 años de democracia”, se celebró el octavo aniversario del Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos ex-D2.

Historia del EPM

Fuente: Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos ex-D2
Fotos de archivo: Coco Yañez

El Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos exD2 (EPM ex-D2) es un sitio recuperado para preservación y difusión de la memoria sobre el terrorismo de Estado y para la defensa y promoción de los derechos humanos.

Sus instalaciones pertenecieron al Departamento de Informaciones de la Policía de Mendoza (D2) y fueron destinadas a la represión política ilegal, antes y durante la última dictadura cívico-militar. El lugar fue sede del Centro Clandestino de Detención, Tortura y Extermino (CCDTyE) más importante del Gran Mendoza.

El EPM ex-D2 se ocupa de:

– Preservación del lugar y del acervo documental referido al D2.

– Reconstrucción del esquema represivo y de las trayectorias de vida y militancia de las víctimas, como contribución a procesos judiciales y a la verdad histórica.

– Prevención del autoritarismo e intervención en casos de violencia institucional.

– Realización de actividades artísticas, culturales y de promoción de derechos humanos.

– Desarrollo de propuestas educativas que faciliten la trasmisión intergeneracional del pasado reciente.

Aquí también funciona el Archivo Provincial de la Memoria que contiene legajos, cajas con fichas y carpetas de prensa del accionar represivo. Sus calabozos fueron preservados.

Orígenes del EPM

COCOYANEZ

El Departamento de Informaciones de la Policía de Mendoza (D2) fue un centro clandestino de detención, torturas y exterminio (CCDTyE) durante el terrorismo de Estado, situado en el entrepiso del Palacio Policial.

Por aquí pasaron centenares de presas y presos políticos y personas que hoy están desaparecidas, incluso niñas y niños, fruto de la persecución a las actividades sindicales, estudiantiles, sociales y políticas. En este espacio, en el marco del plan de aniquilamiento desarrollado entre 1975 y 1983, las personas detenidas fueron sometidas a todo tipo de vejámenes y, en algunos casos, a la muerte.

Los Organismos de Derechos Humanos de Mendoza solicitaron y consiguieron la afectación del ex-D2 con destino a la creación del Espacio para la Memoria de Mendoza.

Antecedentes

Al despuntar los años 70, varias policías provinciales del país habían creado departamentos de inteligencia al interior de la fuerza con el nombre Departamento de Informaciones Policiales, identificado dentro de la estructura con el código D2. Los departamentos a cargo de la inteligencia para la persecución ideológica tienen su antecedente en la Sección Especial que contenía una división de Orden Social y Político, surgidas dentro de la Policía porteña, durante la década del 30. Ya para esa época, recolectaban y clasificaban información sobre organizaciones o instituciones políticas, gremiales y sociales. Luego, las funciones de la mencionada división pasaron a una dependencia especial dentro de la Policía Federal llamada “Coordinación Federal”.

Origen y funciones

El D2 fue creado mediante la norma provincial Nº 3677 “Ley orgánica para la Policía de Mendoza”, del 8 de mayo de 1970, que dividió a la policía de Mendoza en una jefatura y cinco departamentos (D1: personal; D2: informaciones policiales; D3: operaciones policiales; D4: logística; D5: judicial). Por aquella época, la actividad se concentraba en la Central de Policía sita en la calle Mitre y Patricias Mendocinas; cuatro años después se trasladó al flamante Palacio Policial.

El Departamento Informaciones Policiales (D2), a su vez, constaba de cuatro dependencias: a) Investigación de informaciones, b) Reunión, c) Planes e instrucción y d) Central. Si bien fue concebido para el abordaje de todo tipo de delitos bajo el rótulo de Inteligencia Criminal, terminó abocado al control y represión política y funcionó hasta 1989.

Sus tareas consistían en la recopilación de datos obtenidos por vigilancia o mediante la infiltración de agentes en eventos políticos, gremiales o en manifestaciones públicas. Luego se realizaba el análisis de la información que permitía detectar personas sospechadas de subversión a las que se les abría un legajo y quedaban, literalmente, fichadas.

Según testimonios ofrecidos en los juicios por delitos de lesa humanidad, agentes del D2 compartían distintos espacios con quienes eran blanco de secuestro. Trabajaban como custodios en bancos oficiales y privados, en la Casa de Gobierno, en tribunales o universidades. Participaban de asambleas de trabajadores o de estudiantes o se sumaban a las protestas; entonces sacaban fotos, tomaban nota y elaboraban informes. Después el material era clasificado en actividades: políticas, sindicales, estudiantiles o religiosas. La tarea de inteligencia se completaba con la detención de la persona sospechosa, quien era sometida a terribles las torturas para conseguir nuevos datos que permitieran retroalimentar el mapa represivo. Asimismo, desde esa dependencia se planificaban los operativos, como también la logística para llevarlos a cabo.

En sus calabozos del entrepiso alojaban a quienes detenían y en la sala de acumuladores, que se hallaba en subsuelo del edificio, las y los sometían a interrogatorios bajo crueles torturas. Finalmente se tomaba la decisión del destino de las y los detenidos. En algunos casos legalizaban su situación y pasaban a la cárcel; en otros, eran asesinados y asesinadas y su cuerpo, desaparecido.

En virtud de la ley nacional N° 26 691 que declara Sitios de la Memoria del Terrorismo de Estado a los lugares donde funcionaron centros clandestinos de detención tortura y exterminio, los Organismos de Derechos Humanos de Mendoza solicitaron la afectación del ex-D2, con destino a la creación de un Espacio para la Memoria.

El 24 de marzo de 2014, mediante decreto 499/14, el Ejecutivo dispuso la refuncionalización del lugar pero su entrega efectiva se realizó el 12 de septiembre de 2015. Los Organismos de Derechos Humanos recibieron solo el ala norte del entrepiso que ocupó el ex-D2, con el compromiso de la transferencia integra cuando se trasladen las dependencia de la Policía de Mendoza a otro edificio. Aún se encuentra en litigio la afectación total de lugar donde ha funcionado este emblemático centro clandestino.

 

 

La historia de “Nieto 133”, un niño secuestrado por la dictadura argentina y encontrado después de 47 años

30 DE SEPTIEMBRE DE 2023

La historia de Nieto 133, secuestrado en 1976 por los hombres de la dictadura argentina de Jorge Videla: hoy – 47 años después – finalmente ha sido encontrado por su familia de origen, que lanza un llamamiento: “En Italia podría haber otros hijos del desaparecidos hechos desaparecer durante el régimen.”
PorDavid Falcioni

El pasado 28 de julio, las Abuelas de Plaza de Mayo de Buenos Aires anunciaron el hallazgo -después de 47 años- de Nieto 133 (Nieto 133). Su verdadera identidad no fue revelada por razones de confidencialidad, pero su historia conmovió a toda Argentina: se trata en realidad de un bebé recién nacido arrancado a sus padres por funcionarios del régimen militar de Jorge Videla (1976-1983), criado por un un hombre y una mujer que no eran su padre ni su madre sino figuras leales a la dictadura. Es la historia de una mujer -una revolucionaria- secuestrada, torturada y asesinada . Y es la historia de un largo viaje en busca de la verdad, viaje emprendido hace algún tiempo por el propio Nieto 133y por su hermano Miguel que terminó hace poco más de dos meses.

Quiénes eran los desaparecidos y qué fue el Plan Cóndor
Pero vayamos en orden y demos un paso atrás. En el verano de 1976, pocos meses después del establecimiento del régimen dictatorial de Jorge Videla, los militares comenzaron a cazar opositores , principalmente estudiantes universitarios, militantes políticos de izquierda y sindicalistas. Alrededor de 30 mil personas fueron secuestradas, encerradas en centros clandestinos de detención y torturadas, finalmente asesinadas y desaparecidas. Son los llamados “desaparecidos”. Miles de hombres y mujeres fueron arrojados desde aviones militares argentinos a las aguas del Río de la Plata para que se perdieran para siempre. Antes de ser asesinadas, las niñas embarazadas fueron obligadas a dar a luz y sus hijos fueron secuestrados y confiados a familias leales al régimen.

El “terror” se estableció como parte de un proyecto político más amplio llamado ” Plan Cóndor “, es decir, una coordinación secreta entre los servicios de inteligencia de las dictaduras militares de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay para luchar contra las fuerzas de izquierda en América Latina, considerada por EE.UU. como su “patio trasero”. La operación, establecida en noviembre de 1975, pocos años después de la Revolución Cubana, se manifestó como un verdadero terrorismo de Estado en el contexto internacional, y en ocasiones contó con la complicidad o connivencia de la CIA y el FBI; de hecho, los objetivos del Plan Cóndor parecían compatibles con la política anticomunista de Estados Unidos.Al centro, il dittatore argentino Jorge Videla

En el centro, el dictador argentino Jorge Videla
La historia de “Nieto 133”
Entre los niños que fueron secuestrados por el régimen argentino también estaba Nieto 133 -a quien llamaremos Pablo, un nombre ficticio-. El pequeño -hijo biológico de Cristina Navajas y Julio Santucho, militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores- fue secuestrado en Buenos Aires por hombres de Jorge Videla. De hecho, la madre fue capturada el 13 de julio de ese año, cuando estaba embarazada, y después de ser segregada en varios centros de detención, interrogada y torturada, la obligaron a dar a luz. Luego, como muchos otros hombres y mujeres, fue asesinada y “desaparecida” por funcionarios de la junta militar. No se supo más de ella, mientras Pablo era adoptado ilegalmente por un policía y una enfermera de la capital argentina.Cristina Navajas, rapita il 13 luglio 1976, madre di Miguel

Cristina Navajas, secuestrada el 13 de julio de 1976, madre de Miguel “Tano”

Santucho y “Nieto 133”
La búsqueda de la verdad de Miguel “Tano” Santucho, hermano de “Nieto 133”

Durante décadas Miguel “Tano” Santucho –hermano de Pablo que escapó del secuestro el 13 de julio de 1976, cuando sólo tenía ocho meses– buscó la verdad sobre su familia, valiéndose del valioso apoyo de las Abuelas de Plaza de Mayo, una organización argentina de derechos humanos. organización … que tiene como objetivo localizar y devolver a sus familias legítimas a todos los niños secuestrados y desaparecidos en la última dictadura militar, creando además las condiciones para iniciar juicios contra los responsables de estos horribles crímenes.

Bueno, 46 ​​años después, después de años de búsqueda, finalmente encontraron a Pablo y le presentaron a su verdadera familia. En las últimas semanas “Tano” Santucho y su hermano fueron recibidos por el alcalde de Roma, Roberto Gualtieri. Fue en esa ocasión que lo conocimos. “Después de ser secuestrada, mi madre, Cristina Navajas, fue llevada a varios centros clandestinos – cuenta Tano a Fanpage.it – Fue brutalmente torturada e interrogada. Cuando nació mi hermano, lo entregaron a una pareja: ella era enfermera, él era un policía, parte del aparato represivo del régimen de Videla”.

El anuncio del hallazgo del “Nieto 133”
Con el paso de los años, Pablo empezó a sospechar cada vez más que no era hijo de aquellas personas que toda su vida le habían dicho que eran sus padres: “Mi hermano decidió descubrir la verdad, entendió que ese hombre violento no era su padre”. “Se dirigió a las Abuelas de Plaza de Mayo e inició el trámite para su reconocimiento, llenando un expediente y realizándose pruebas de ADN”. El resultado llegó el 28 de julio: Pablo era el Nieto 133 . Su madre y su padre no eran una enfermera y un policía leales a la dictadura de Videla, sino Cristina Navajas y Julio Santucho, militantes revolucionarios y orgullosos opositores del régimen. Además, la mujer que lo había dado a luz había sido secuestrada, torturada y desaparecida.

“Otros niños secuestrados por el régimen de Videla están en Italia”
Tano está seguro de que otros niños secuestrados y desaparecidos, hoy adultos de entre 40 y 46 años, pueden estar todavía en otros países del mundo: “Estoy convencido de que algunas de esas personas se encuentran en Italia . Quiero hacerles un llamamiento: si Naciste en Argentina, vives en Italia y tienes dudas sobre tu identidad, puedes contactar a las representantes de las Abuelas de Plaza de Mayo en Milán y Roma, ellas te ayudarán a descubrir tus verdaderos orígenes y la verdad sobre tu familia. ”

Cualquier persona que sospeche que es hijo o hija de padres desaparecidos durante el régimen de Videla está invitada a comunicarse con la organización sin fines de lucro 24marzo , o escribir un correo electrónico a Abuelas de Plaza de Mayo a  dudas@abuelas.org.ar . Los representantes de la asociación, presente en territorio italiano, harán elaborar un expediente y, respetando plenamente la privacidad, tomarán una muestra de ADN, que luego será enviada a Argentina y analizada para determinar posibles compatibilidades genéticas con opositores desaparecidos durante la dictadura.

 

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