MEGACAUSA 13 / LA CRUELDAD DEL D2 SOBRE JÓVENES Y BEBÉS

AUDIENCIA 45 /

23-05-2025 | Declararon Oscar Vera y Antonia Muñoz. Él fue secuestrado en 1979 en Bariloche y trasladado al D2 de Mendoza, con un grupo de militantes jóvenes del PCML. Ella tenía quince días cuando la secuestraron con su mamá y su papá y la mantuvieron en el D2 en condiciones inhumanas y sumamente inseguras para una recién nacida. La próxima audiencia es el 6 de junio a las 9:00.

A pesar de haber sido pactada para las 8:30, la 45. a audiencia del 13.° juicio por delitos de lesa humanidad inició pasadas las 10 de la mañana. El primer testigo —Oscar Vera— declaró de manera presencial y la segunda —Antonia Muñoz— por videoconferencia. Raúl Oscar Vera se presentó a declarar ante el tribunal por el juicio que investiga su secuestro durante la última dictadura. Ya había declarado en juicio, hace más de diez años, para dar testimonio por la desaparición de su hermano —Rodolfo— en el Operativo Escoba, contra militantes del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). Además, hace meses fue testigo en una causa por delitos de lesa humanidad de Mar del Plata. Esta vez fue su turno de contar lo que él vivió.

Oscar Vera y público presente

Oscar Vera había tenido militancia estudiantil en la escuela secundaria y su familia tiene una historia atravesada por la persecución del terrorismo de Estado. Contó que su hermano Rodolfo había llegado a cuarto año de la carrera de Arquitectura en la Universidad de Mendoza, pero —producto de los seguimientos y el clima hostil— había abandonado sus estudios. En diciembre de 1977 lo secuestraron de su vivienda en Dorrego, e hicieron lo mismo con el resto de integrantes de su grupo del PCML.

Esa noche allanaron la casa familiar y los dos hermanos y sus parejas decidieron huir para protegerse. Se fueron a Buenos Aires, luego a Mar del Plata y, finalmente, el grupo terminó viviendo en Bariloche: Carlos Vera y Laura Carrión, con su bebé; Oscar Vera y su esposa, Mabel D’Amico, y Mirtha Hernández, pareja de Rodolfo.

En la localidad patagónica cada quien tenía su trabajo; Mabel, en Coca-Cola y Oscar como repartidor en un frigorífico. En 1979 —el testigo no recordó la fecha exacta—, estaba haciendo una entrega cuando cuatro hombres armados lo detuvieron a la salida de un local, lo apuntaron con armas y lo vendaron. Con suma violencia, lo tiraron al piso de la parte de atrás de un vehículo sin patente y, con las botas encima, lo trasladaron a una comisaría. Allí fue ocultado en un mueble de cocina con otra persona y, a la noche, lo llevaron a un cuartel militar. Pasó quince días en una habitación esposado a una cucheta.

Declara Oscar Vera

“Los que me fueron a buscar a mí fueron de acá de Mendoza”, aseguró el testigo. Se dio cuenta por el acento y porque los que lo interrogaban en la dependencia militar no sabían mucho de él. Recordó que en el cuartel un suboficial se “apiadó” de verlo en tan malas condiciones —le recordaba a algo que él mismo había sufrido— y le ofreció bañarse y afeitarse.  “No sé quién sos, pero esto que te están haciendo es inhumano”, le dijo. Además, lo llevó a ver a Mabel, su esposa recién embarazada, a quien habían secuestrado de su lugar de trabajo. Lo mismo habían hecho con cada integrante del grupo, incluso Carlos, Laura y su bebé.

En ese lugar lo sacaban por las noches para interrogarlo porque querían saber quién era. Lo que Oscar sospecha es que los de Mendoza lo detuvieron y lo entregaron al Ejército en Bariloche, que no sabía nada. Tras dos semanas en ese lugar, lo fueron a buscar en un avión de la gobernación y, junto con Mabel, lo trajeron a Mendoza. Con suma tristeza, contó la terrible situación que estaba atravesando internamente: “Pensé que era un desaparecido”, sollozó.

El D2, la tortura y el simulacro de fusilamiento

En Mendoza lo llevaron al D2, aunque eso lo supo después. “El paso por el D2 creo que fue lo más difícil, lo más terrible”, confesó. Estuvo quince o veinte días en un calabozo de 60 centímetros de cada lado, donde no entraba acostado, recordó, y tenía que dormir sentado. Le sacaban las esposas para comer, pero las vendas, nunca. Intentaban ir al baño cada vez que aparecía un guardia y podían pedirle. En ese momento supo que —además del grupo con el que vivía en Bariloche, incluido el bebé de Laura y Carlos— en otro calabozo estaba Irusta —uno de los chicos que conocía— también Del Monte y Verónica Roatta.

Oscar Vera declara frente al tribunal

Cuando el fiscal le preguntó si había sufrido episodios de violencia, el testigo respondió “sí” con contundencia. Relató que, un día, al D2 llegó un conocido del barrio que trabajaba con narcóticos o algo por el estilo. Le levantó la venda y, amenazante, le hizo saber que se conocían. Gómez es el apellido, afirmó el testigo. A la noche sacaron a Oscar del calabozo y lo llevaron a una sala donde lo obligaban a cantar nombres —es decir, señalar compañeros y compañeras—, mientras le pasaban un cuchillo por la panza. En un momento entró otro hombre que los retó por estar teniendo “mucha consideración”, le puso una pistola en la cabeza a Oscar y disparó. “Eso fue lo peor”, dijo el testigo entre lágrimas. El arma estaba descargada.

En los interrogatorios también le preguntaban por su hermano desaparecido y personas secuestradas en aquel operativo de diciembre de 1977. En total, entre el cuartel militar del sur y el D2, estuvo 35 días con una venda en los ojos. Tras un juicio militar, llevaron al grupo a la calle 9 de Julio. Un tribunal se declaró incompetente, lo pasaron a la Justicia Federal y, luego, al penal. Llegar a la cárcel fue un alivio porque legalizaron su detención y, además, pudo sacarse la venda. Luego de cinco o seis meses allí preso, recuperó la libertad.

Antes de terminar, y a raíz de haber dicho que a su esposa la secuestraron embarazada, la abogada de la querella Viviana Beigel le preguntó: “¿Ese hijo nació?”. “Sí, por suerte”, respondió el testigo.

Una recién nacida secuestrada en el D2

A continuación fue el turno de María Antonia Muñoz, quien prestó testimonio por videoconferencia desde Mar del Plata, donde nació y reside actualmente. La mujer nunca había declarado antes, ni en juicio ni en la etapa de instrucción. “Yo soy la primera de mis hermanos”, cuenta tras ser invitada por la fiscal Analía Quintar a relatar lo que vivió en dictadura. Nació el 25 de enero de 1976 y fue secuestrada junto con su mamá y su papá el 10 de febrero, cuando tenía tan solo quince días. Mario Muñoz e Ivonne Larrieu tenían 18 años y no eran de Mendoza, pero vivían aquí. Ella viajó a su localidad para el parto y regresó a la provincia cuyana.

María Antonia Muñoz Larrieu declara desde Mar del Plata

Según pudo reconstruir del diálogo familiar y demás personas, el secuestro fue en el marco de un operativo muy violento, donde, además de apuntar con armas, ataron al joven y a la joven, vendaron sus ojos y, junto con la bebé, los llevaron al D2. Antonia contó que había otras personas secuestradas y torturadas.

A ella la dejaron con su mamá en una habitación aislada en condiciones completamente inhumanas, durante quince o veinte días. Era una bebé recién nacida en una situación de falta de alimento, agua, higiene y, además, en un contexto donde se llevaban a su mamá para torturarla y amenazaban a su papá con torturar a la bebé si no daba nombre de sus compañeras y compañeros.

Antonia remarcó que ella tenía menos de un mes, pero que su mamá tenía apenas 18 años y también era muy joven. “Mi mamá me tenía que dar la teta, pero a ella no le daban nada”, contó. La tenían tanto tiempo parada que se dormía así e higienizaba a la pequeña con retazos de ropa que se iba arrancando, porque no tenía otra cosa. La niña lloraba constantemente: “Se escuchaba el llanto, no podía ser que nadie escuchara el llanto permanente”, enfatizó.

Después de esos días, les tomaron fotografías y un periódico las publicó. En esas condiciones, y tras una ducha indigna, la llevaron ante un juez en una situación muy ilegal también. Sin embargo, cree que fue a raíz de las fotografías que llevaron al grupo ante el juez y, después, a la penitenciaría.

 

Antonia y otras niñas y niños estuvieron en la cárcel con sus mamás hasta septiembre, momento en que se llevaron a las mujeres a la cárcel de Devoto y las y los entregaron a las familias. En el caso de la testigo, fue con la familia de Alicia Peña —otra detenida— y, luego, con su abuela, que vivía en Mar del Plata.

En la penitencíaría la situación no mejoró para Antonia. Contó que tuvo una obstrucción intestinal, la tuvieron que operar y lo hicieron en tan malas condiciones que, desde entonces, le quedaron cicatrices en los pies y en la panza por aquella intervención quirúrgica y por cómo la cosieron. Además, tiene quemaduras en la cola “porque supuestamente se abrió una bolsa de agua caliente”.

La militancia y los vínculos se construyen con amor

Su mamá fue liberada en 1979; su papá, en 1981. Ella estuvo todo ese tiempo con su abuela, que la llevaba a las visitas a pesar del terrible trastorno que significaba el viaje desde Mar del Plata. Se trasladaban a Devoto, donde estaba la madre, y a La Plata, donde estaba el padre, y la entonces niña tiene algunas imágenes de esas situaciones. Era muy costoso, en invierno hacía mucho frío y en ocasiones las hacían esperar horas. «Tengo imágenes de que me revisaban los pañales para que no entrara nada. Supongo que ese era el sentido, pero era bastante vejatorio», recordó la mujer.

Debido a la detención durante los primeros años de su vida, tuvo al principio una relación rara con su padre y su madre, a pesar de que la abuela trataba de construir y cuidar el vínculo. La niña, muchas veces, no quería ir a las visitas en las cárceles y le costaba mucho.

Las circunstancias eran muy difíciles: incluso en libertad, les costaba conseguir trabajo porque, cuando lo lograban, la policía señalaba que “habían sido terroristas” y lo perdían. Fueron años “difíciles en circunstancias de miedo, persecución y falta de recursos económicos”, pero la familia salió adelante sobre la base de la relación de amor que antes los impulsó a militar en política y, después, a reconstruir el vínculo. Salieron adelante, «pero en circunstancias que no se las deseo ni a mi peor enemigo», concluyó Antonia Muñoz su testimonio.

La próxima audiencia será el viernes 6 de junio a las 9:00. 

23-05-2025 | Declararon Oscar Vera y Antonia Muñoz. Él fue secuestrado en 1979 en Bariloche y trasladado al D2 de Mendoza, con un grupo de militantes jóvenes del PCML. Ella tenía quince días cuando la secuestraron con su mamá y su papá y la mantuvieron en el D2 en condiciones inhumanas y sumamente inseguras para una recién nacida. La próxima audiencia es el 6 de junio a las 9:00.

A pesar de haber sido pactada para las 8:30, la 45. a audiencia del 13.° juicio por delitos de lesa humanidad inició pasadas las 10 de la mañana. El primer testigo —Oscar Vera— declaró de manera presencial y la segunda —Antonia Muñoz— por videoconferencia. Raúl Oscar Vera se presentó a declarar ante el tribunal por el juicio que investiga su secuestro durante la última dictadura. Ya había declarado en juicio, hace más de diez años, para dar testimonio por la desaparición de su hermano —Rodolfo— en el Operativo Escoba, contra militantes del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). Además, hace meses fue testigo en una causa por delitos de lesa humanidad de Mar del Plata. Esta vez fue su turno de contar lo que él vivió.

Oscar Vera y público presente

Oscar Vera había tenido militancia estudiantil en la escuela secundaria y su familia tiene una historia atravesada por la persecución del terrorismo de Estado. Contó que su hermano Rodolfo había llegado a cuarto año de la carrera de Arquitectura en la Universidad de Mendoza, pero —producto de los seguimientos y el clima hostil— había abandonado sus estudios. En diciembre de 1977 lo secuestraron de su vivienda en Dorrego, e hicieron lo mismo con el resto de integrantes de su grupo del PCML.

Esa noche allanaron la casa familiar y los dos hermanos y sus parejas decidieron huir para protegerse. Se fueron a Buenos Aires, luego a Mar del Plata y, finalmente, el grupo terminó viviendo en Bariloche: Carlos Vera y Laura Carrión, con su bebé; Oscar Vera y su esposa, Mabel D’Amico, y Mirtha Hernández, pareja de Rodolfo.

En la localidad patagónica cada quien tenía su trabajo; Mabel, en Coca-Cola y Oscar como repartidor en un frigorífico. En 1979 —el testigo no recordó la fecha exacta—, estaba haciendo una entrega cuando cuatro hombres armados lo detuvieron a la salida de un local, lo apuntaron con armas y lo vendaron. Con suma violencia, lo tiraron al piso de la parte de atrás de un vehículo sin patente y, con las botas encima, lo trasladaron a una comisaría. Allí fue ocultado en un mueble de cocina con otra persona y, a la noche, lo llevaron a un cuartel militar. Pasó quince días en una habitación esposado a una cucheta.

Declara Oscar Vera

“Los que me fueron a buscar a mí fueron de acá de Mendoza”, aseguró el testigo. Se dio cuenta por el acento y porque los que lo interrogaban en la dependencia militar no sabían mucho de él. Recordó que en el cuartel un suboficial se “apiadó” de verlo en tan malas condiciones —le recordaba a algo que él mismo había sufrido— y le ofreció bañarse y afeitarse.  “No sé quién sos, pero esto que te están haciendo es inhumano”, le dijo. Además, lo llevó a ver a Mabel, su esposa recién embarazada, a quien habían secuestrado de su lugar de trabajo. Lo mismo habían hecho con cada integrante del grupo, incluso Carlos, Laura y su bebé.

En ese lugar lo sacaban por las noches para interrogarlo porque querían saber quién era. Lo que Oscar sospecha es que los de Mendoza lo detuvieron y lo entregaron al Ejército en Bariloche, que no sabía nada. Tras dos semanas en ese lugar, lo fueron a buscar en un avión de la gobernación y, junto con Mabel, lo trajeron a Mendoza. Con suma tristeza, contó la terrible situación que estaba atravesando internamente: “Pensé que era un desaparecido”, sollozó.

El D2, la tortura y el simulacro de fusilamiento

En Mendoza lo llevaron al D2, aunque eso lo supo después. “El paso por el D2 creo que fue lo más difícil, lo más terrible”, confesó. Estuvo quince o veinte días en un calabozo de 60 centímetros de cada lado, donde no entraba acostado, recordó, y tenía que dormir sentado. Le sacaban las esposas para comer, pero las vendas, nunca. Intentaban ir al baño cada vez que aparecía un guardia y podían pedirle. En ese momento supo que —además del grupo con el que vivía en Bariloche, incluido el bebé de Laura y Carlos— en otro calabozo estaba Irusta —uno de los chicos que conocía— también Del Monte y Verónica Roatta.

Oscar Vera declara frente al tribunal

Cuando el fiscal le preguntó si había sufrido episodios de violencia, el testigo respondió “sí” con contundencia. Relató que, un día, al D2 llegó un conocido del barrio que trabajaba con narcóticos o algo por el estilo. Le levantó la venda y, amenazante, le hizo saber que se conocían. Gómez es el apellido, afirmó el testigo. A la noche sacaron a Oscar del calabozo y lo llevaron a una sala donde lo obligaban a cantar nombres —es decir, señalar compañeros y compañeras—, mientras le pasaban un cuchillo por la panza. En un momento entró otro hombre que los retó por estar teniendo “mucha consideración”, le puso una pistola en la cabeza a Oscar y disparó. “Eso fue lo peor”, dijo el testigo entre lágrimas. El arma estaba descargada.

En los interrogatorios también le preguntaban por su hermano desaparecido y personas secuestradas en aquel operativo de diciembre de 1977. En total, entre el cuartel militar del sur y el D2, estuvo 35 días con una venda en los ojos. Tras un juicio militar, llevaron al grupo a la calle 9 de Julio. Un tribunal se declaró incompetente, lo pasaron a la Justicia Federal y, luego, al penal. Llegar a la cárcel fue un alivio porque legalizaron su detención y, además, pudo sacarse la venda. Luego de cinco o seis meses allí preso, recuperó la libertad.

Antes de terminar, y a raíz de haber dicho que a su esposa la secuestraron embarazada, la abogada de la querella Viviana Beigel le preguntó: “¿Ese hijo nació?”. “Sí, por suerte”, respondió el testigo.

Una recién nacida secuestrada en el D2

A continuación fue el turno de María Antonia Muñoz, quien prestó testimonio por videoconferencia desde Mar del Plata, donde nació y reside actualmente. La mujer nunca había declarado antes, ni en juicio ni en la etapa de instrucción. “Yo soy la primera de mis hermanos”, cuenta tras ser invitada por la fiscal Analía Quintar a relatar lo que vivió en dictadura. Nació el 25 de enero de 1976 y fue secuestrada junto con su mamá y su papá el 10 de febrero, cuando tenía tan solo quince días. Mario Muñoz e Ivonne Larrieu tenían 18 años y no eran de Mendoza, pero vivían aquí. Ella viajó a su localidad para el parto y regresó a la provincia cuyana.

María Antonia Muñoz Larrieu declara desde Mar del Plata

Según pudo reconstruir del diálogo familiar y demás personas, el secuestro fue en el marco de un operativo muy violento, donde, además de apuntar con armas, ataron al joven y a la joven, vendaron sus ojos y, junto con la bebé, los llevaron al D2. Antonia contó que había otras personas secuestradas y torturadas.

A ella la dejaron con su mamá en una habitación aislada en condiciones completamente inhumanas, durante quince o veinte días. Era una bebé recién nacida en una situación de falta de alimento, agua, higiene y, además, en un contexto donde se llevaban a su mamá para torturarla y amenazaban a su papá con torturar a la bebé si no daba nombre de sus compañeras y compañeros.

Antonia remarcó que ella tenía menos de un mes, pero que su mamá tenía apenas 18 años y también era muy joven. “Mi mamá me tenía que dar la teta, pero a ella no le daban nada”, contó. La tenían tanto tiempo parada que se dormía así e higienizaba a la pequeña con retazos de ropa que se iba arrancando, porque no tenía otra cosa. La niña lloraba constantemente: “Se escuchaba el llanto, no podía ser que nadie escuchara el llanto permanente”, enfatizó.

Después de esos días, les tomaron fotografías y un periódico las publicó. En esas condiciones, y tras una ducha indigna, la llevaron ante un juez en una situación muy ilegal también. Sin embargo, cree que fue a raíz de las fotografías que llevaron al grupo ante el juez y, después, a la penitenciaría.

 

Antonia y otras niñas y niños estuvieron en la cárcel con sus mamás hasta septiembre, momento en que se llevaron a las mujeres a la cárcel de Devoto y las y los entregaron a las familias. En el caso de la testigo, fue con la familia de Alicia Peña —otra detenida— y, luego, con su abuela, que vivía en Mar del Plata.

En la penitencíaría la situación no mejoró para Antonia. Contó que tuvo una obstrucción intestinal, la tuvieron que operar y lo hicieron en tan malas condiciones que, desde entonces, le quedaron cicatrices en los pies y en la panza por aquella intervención quirúrgica y por cómo la cosieron. Además, tiene quemaduras en la cola “porque supuestamente se abrió una bolsa de agua caliente”.

La militancia y los vínculos se construyen con amor

Su mamá fue liberada en 1979; su papá, en 1981. Ella estuvo todo ese tiempo con su abuela, que la llevaba a las visitas a pesar del terrible trastorno que significaba el viaje desde Mar del Plata. Se trasladaban a Devoto, donde estaba la madre, y a La Plata, donde estaba el padre, y la entonces niña tiene algunas imágenes de esas situaciones. Era muy costoso, en invierno hacía mucho frío y en ocasiones las hacían esperar horas. «Tengo imágenes de que me revisaban los pañales para que no entrara nada. Supongo que ese era el sentido, pero era bastante vejatorio», recordó la mujer.

Debido a la detención durante los primeros años de su vida, tuvo al principio una relación rara con su padre y su madre, a pesar de que la abuela trataba de construir y cuidar el vínculo. La niña, muchas veces, no quería ir a las visitas en las cárceles y le costaba mucho.

Las circunstancias eran muy difíciles: incluso en libertad, les costaba conseguir trabajo porque, cuando lo lograban, la policía señalaba que “habían sido terroristas” y lo perdían. Fueron años “difíciles en circunstancias de miedo, persecución y falta de recursos económicos”, pero la familia salió adelante sobre la base de la relación de amor que antes los impulsó a militar en política y, después, a reconstruir el vínculo. Salieron adelante, «pero en circunstancias que no se las deseo ni a mi peor enemigo», concluyó Antonia Muñoz su testimonio.

La próxima audiencia será el viernes 6 de junio a las 9:00. 

LOS TORMENTOS QUE SUFRIO ABRAHAM VIDELA, SERAN JUZGADOS 50 AÑOS DESPUES DE SU SECUESTRO EN SAN JUAN POR FUERZAS MILITARES

Los delitos fueron padecidos por la víctima Abraham Cruz Videla a partir del día 19 de mayo 1975, – fecha de su detención -, hasta el día 29 de julio de 1979, -fecha en que el nombrado fue liberado-; en el marco de las actividades que el Ejército Argentino y otras fuerzas de seguridad llevaron a cabo en la denominada lucha contra la subversión.No hay ninguna descripción de la foto disponible.

AABRAHAM CRUZ VIDELA EN 19745

En el debate se analizara responsabilidad de los acusados, Eduardo Daniel Cardozo y Juan Francisco del Torchio,  en la privación ilegítima de la libertad y los tormentos de los que resultó víctima el odontólogo del gremio de los mineros Aoma, Abraham Cruz Videla, entre el 19 de mayo de 1975 -fecha de su secuestro- y el 29 de julio de 1979 -día en que recuperó la libertad- en el centro clandestino de detención que funcionó en el Regimiento de Infantería de Montaña 22 (RIM 22) de la localidad de Marquesado y en el penal de Chimbas.

Concretamente, serán abordados los sucesos acaecidos en el Centro Clandestino de Detención y Tortura (en adelante CCDT) que funcionó en el Regimiento de Infantería de Montaña 22 (RIM 22), sito en la localidad de Marquesado, como así también algunos de los que se sucedieron en el Servicio Penitenciario Provincial (SPP), ubicado en el Departamento Chimbas. Cabe destacar que Videla fue sometido a privación ilegítima de la libertad agravada, amenazas y tormentos agravados.

Ahora bien, según se verá, de las constancias reunidas en cada uno de los diversos expedientes que aquí se individualizan surge con claridad que todos estos hechos delictivos se enmarcan en el terrorismo de Estado desatado durante la última dictadura militar que tuvo lugar en nuestro país, caracterizado por un plan sistemático de exterminio cuyas características son ya de dominio público. –

El juicio comenzará el 4 de julio del 2025 en el Tribunal Oral Federal en lo de San Juan, integrado por Eliana Rattá Rivas, Daniel Doffo y Hugo Echegaray. Interviene el fiscal general Francisco Maldonado.

El fiscal Maldonado puntualiza en el escrito de elevacion de esta causa que “Abraham Cruz Videla fue objeto de una persecución constante por parte de las fuerzas de seguridad con motivo de la simpatía que la víctima tenía con la agrupación “Montoneros”, adjudicándole a este el traslado de folletería que hacía alusión y propaganda a mencionada agrupación política. Con motivo de ello, es importante mencionar que, una vez efectuada la detención de Videla, el mismo fue cesanteado del Hospital de Valle Fértil y no tuvo posibilidad alguna de ser reincorporado. .

En efecto, no puede soslayarse que Videla fue objeto de una persecución ideológica por parte del aparato represor estatal que le valió en un primer término y antes de su detención, un hostigamiento constante por parte de los funcionarios de seguridad, hasta su posterior privación ilegitima de la libertad y el traslado a distintos centros de detención en los que fue objeto de tormentos a pesar de ser una persona con una grave cardiopatía, siendo liberado en julio de 1979.

Finalmente, y una vez en libertad, el nombrado no pudo recuperar su vida laboral, siendo imposibilitado de concursar diferentes cargos para ejercer su profesión como así también fue privado de estudiar la carrera de Ciencias Políticas; bajo todos estos impedimentos la víctima intentó continuar con su vida hasta el día de su fallecimiento a los pocos años, concretamente el 20 de mayo de 1982. –

En este sentido, cobra relevancia la denuncia formulada por la Sra. Analía Nora Videla ante el Ministerio Público Fiscal, en fecha 30 de noviembre de 2018 (fs. 11/12 de las actuaciones de referencia), quien puso en conocimiento los hechos del que fuera víctima su padre, Abraham Cruz Videla, durante la época del terrorismo de estado.

Los juicios de lesa humanidad son orales y públicos. Las personas mayores de 18 años pueden participar presentando su DNI, para el caso que se pida la acreditación de identidad.

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