Producido por la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad
14.02.2023 en Lesa humanidad
La actualización del trabajo, de publicación periódica, presenta un resumen de los principales aspectos de cada juicio en orden cronológico. Se desarrolla la información de 266 sentencias dictadas entre 2006 y 2021.
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La Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad presenta la actualización del Dossier de sentencias pronunciadas en juicios de Lesa Humanidad en Argentina, que contiene un resumen y descripción de los principales datos de 266 sentencias dictadas entre 2006 y 2021.
El trabajo de la procuraduría especializada desarrolla la información desde los primeros dos juicios orales realizados en 2006, tras la reapertura de las causas por crímenes del terrorismo de Estado, en los que fueron condenados Miguel Osvaldo Etchecolatz y Julio Simón (alias “turco Julián”), en La Plata y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, respectivamente.
Las sentencias están ordenadas por año. En cada caso se informa la cantidad de víctimas y de acusados, un resumen de los hechos arribados a juicio y acreditados, y datos contextuales. Esta última actualización del dossier (la anterior databa de 2018) incluye además los enlaces para la descarga de las sentencias dictadas desde 2018 en adelante.
Exposición de Juan Martín Nogueira y Ana Oberlin, auxiliares fiscales
La Plata: la fiscalía inició su alegato en el caso de los hermanos Ramírez, víctimas de maltratos y abusos en un hogar tras el asesinato de su madre en 1977
16.02.2023 en Lesa humanidad
La Unidad Fiscal describió los homicidios de seis adultos en dos procedimientos y la semana próxima continuará con los hechos padecidos en el Hogar de Belén por Alejandro, María y Carlos Ramírez, de 2, 4 y 5 años de edad, quienes hoy viven en Suecia. Adelantó que pedirá que el tribunal emita una “declaración de verdad” sobre hechos de abuso sexual imputados a personas apartadas del proceso por incapacidad sobreviniente.
La audiencia se celebró en el primer piso de los tribunales federales de La Plata y se transmitió a través del canal de Youtube de La Retaguardia.
El auxiliar fiscal Juan Martín Nogueira y la auxiliar fiscal Ana Oberlin desarrollaron este jueves ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°1 de La Plata la primera mitad de la acusación en el juicio por los crímenes cometidos contra los hermanos Alejandro, María Ester y Carlos Ramírez -quienes viven actualmente en Suecia- y el homicidio de su madre Vicenta Orrego y de otros cinco militantes en dos operativos en marzo de 1977. “Dejaremos demostrada la integración de los hechos con el plan sistemático de desapariciones que implementó la última dictadura cívico militar”, indicaron.
La exposición de la fiscalía se lleva a cabo en el debate de la denominada causa “Hogar de Belén”, institución de Lomas de Zamora que fue epicentro de los maltratos, abusos sexuales y la ocultación a su familia biológica que sufrieron los hermanos de entonces 2, 4 y 5 años de edad. La fiscalía sostuvo que en ese lugar “se aplicó la lógica concentracionaria” contra la niña y los niños, aunque hoy no llegó a abordar en su exposición los hechos ocurridos en ese establecimiento.
A esta instancia del juicio -que comenzó en marzo del año pasado– llegaron acusados el exministro de Gobierno bonaerense Jaime Smart; el excomisario y jefe del Pozo de Banfield, Juan Miguel Wolk; los expolicías bonaerenses que revistaban en la Brigada de Investigaciones de Lanús Roberto Guillermo Catinari, Héctor Raúl Francescangeli, Armando Antonio Calabro, José Augusto López; Rubén Carlos Chavez; y la entonces secretaria del Tribunal de Menores de Lomas de Zamora, Nora Susana Pellicer.
El exministro y los expolicías llegaron acusados por los crímenes perpetrados en los procedimientos del 15 y 16 de marzo de 1977 en fincas de Almirante Brown y Banfield, donde fueron asesinados Vicenta Orrego, María Florencia Ruival y José Luis Alvarenga, en el primero, y Pedro Juan Berger, Narcisa Adelaida Encinas y Andrés Steketee, en el segundo. La exfuncionaria judicial está acusada por haber intervenido desde el tribunal en la sustracción, retención y ocultamiento de los hermanos y en la supresión y alteración de la identidad mientras la niña y los niños estuvieron bajo guarda del “Hogar de Belén” -entre el 21 de marzo de 1977 y el 26 de diciembre de 1983- por disposición judicial pese al reclamo de su padre y de su tía.
“Minutos después de rodear la casa, [los atacantes] ejecutaron una violenta balacera que tuvo como consecuencia el asesinato de las tres personas adultas que se encontraban allí, quienes no tuvieron ninguna chance de salvar su vida”.
La fiscalía adelantó que en el petitorio requerirá una “declaración de verdad” en relación con los crímenes perpetrados en el “Hogar”, dado que durante la tramitación de este largo proceso judicial fallecieron o fueron apartadas por incapacidad sobreviniente personas consideradas autoras directas de los abusos sexuales y de otros delitos. La jueza de menores de Lomas de Zamora Marta Delia Pons falleció antes de iniciado el proceso.
“Sincronicidad represiva”
El y la representante del MPF sostuvieron que los hechos de la causa “se relacionan a un esquema de sincronicidad represiva”, que tuvo por un lado “la persecución de personas por razones políticas e ideológicas, su asesinato y la desaparición de sus cuerpos” en el marco de la “lógica binaria imperante” que los concebía como “blancos que había que destruir o aniquilar”, y, por otro, que “esos mismos hechos criminales se integraron a otros de los objetivos del plan, en cuanto a la extensión y/o direccionamiento hacia los hijos e hijas de las personas desaparecidas, con acciones que tenían la finalidad de modificar la propia descendencia y/o filiación de las víctimas”.
Añadieron que la sincronicidad represiva -que describieron con el gráfico presentado a continuación- incluyó los hechos padecidos por Julio Ramírez -el padre de la niña y los niños, secuestrado en 1974 y detenido al momento de los hechos de esta causa en la Unidad 9 de La Plata- y de María Antonia Berger, sobreviviente de la masacre de Trelew en 1972, cuyo padre fue asesinado en el procedimiento del 16 de marzo juzgado en esta causa.
El ataque a la casa de la calle Nother
La fiscalía describió que el primer eslabón de la cadena de hechos juzgados en este juicio fue el ataque perpetrado en la madrugada del 15 de marzo de 1977 por integrantes de la Policía bonaerense, entre ellos -especificó el MPF- “los aquí imputados, junto con otros hoy fallecidos y personas no individualizadas”, y del Ejército contra la vivienda de la calle Nother N°5100, en el barrio San José de la localidad de Adrogué, cabecera del distrito bonaerense de Almirante Brown. La casa se encontraba en una zona descampada, rodeada de baldíos, con acceso por calles de tierra.
El personal policial interviniente pertenecía a la Brigada de Investigaciones de Lanús, sede del centro clandestino de detención “El Infierno”, cuyo funcionamiento está siendo juzgado actualmente en otro debate oral y público.
En esa casa se encontraban Vicenta Orrego Meza junto a sus hijos Alejandro Mariano y Carlos Alberto y su hija María Esther; María Florencia Ruival y José Luis Alvarenga. La fiscalía reconstruyó sus historias de vida, como “parte de la dimensión reparadora de estos juicios”, que consiste en “recuperar las identidades de las personas que sufrieron el terrorismo de Estado”.
Al repasar la historia de las víctimas de ese procedimiento, la fiscalía describió que Vicenta Orrego llegó a esa casa de la calle Nother en diciembre de 1976 junto a su hija e hijos y que luego llegaron José Luis Alvarenga y María Florencia Ruival, ambos de 28 años, perseguidos con anterioridad al golpe de Estado por su militancia en Montoneros.
“Minutos después de rodear la casa, [los atacantes] ejecutaron una violenta balacera que tuvo como consecuencia el asesinato de las tres personas adultas que se encontraban allí, quienes no tuvieron ninguna chance de salvar su vida. Además, las fuerzas atacantes dispusieron de sus cadáveres como si fueran personas no identificadas”, describió la fiscalía. Uno de los disparos rozó e hirió a Carlos Ramírez, a quien su madre había intentado poner resguardo junto a su hermana y su hermano.
El hecho fue descripto en los informes policiales como “un enfrentamiento con delincuentes subversivos”, aunque “se trató de un verdadero ataque con el objetivo de aniquilar a las personas que estaban allí”, y “los medios de comunicación de la época, como era habitual, reprodujeron el relato oficial”: refirieron la muerte de tres personas adultas y el hallazgo de tres niños.
De acuerdo con el testimonio de los hermanos y de diferentes vecinos, quince minutos después de comenzada la balacera, desde adentro de la casa se pidió que se deje de disparar para sacar a los niños y a la niña. Vicenta Orrego salió con ellos por una ventana que daba al fondo de la vivienda. “Ella mostraba y agitaba un trapo blanco, para que cesaran los disparos. En ese momento, un efectivo que estaba apostado allí, recibió a sus hijos. Seguidamente, condujo a Vicenta unos metros más adelante y, de manera totalmente intempestiva e injustificada, sin haber hecho ella ningún tipo de movimiento, le disparó en la cabeza desde muy poca distancia, provocando su muerte de inmediato. Todo esto ocurrió frente a sus hijos e hija”, sostuvo hoy la fiscalía en su alegato de acuerdo al relato de dos testigos presenciales.
Los homicidios de Ruival y Alvarenga sucedieron minutos después, cuando un grupo de policías ingresó a la casa y disparó contra ambos. Las actas de defunción señalaron como causa de su muerte “lesiones graves en nobles centros encefálicos”, describió la fiscalía. Los cuerpos fueron enterrados como NN en el cementerio de Rafael Calzada. Los restos de Alvarenga y Ruival fueron identificados con posterioridad, mientras que Orrego permanece desaparecida.
“Ella mostraba y agitaba un trapo blanco, para que cesaran los disparos. En ese momento, un efectivo que estaba apostado allí, recibió a sus hijos. Seguidamente, condujo a Vicenta unos metros más adelante y, de manera totalmente intempestiva e injustificada, sin haber hecho ella ningún tipo de movimiento, le disparó en la cabeza desde muy poca distancia, provocando su muerte de inmediato”.
Los hermanos Ramírez fueron abandonados por la policía. Los tres niños caminaron solos, guiados por Carlos, el mayor, de cinco años de edad, hasta la casa -situada a unos 100 metros- de una familia vecina al lugar, donde vivieron alrededor de una semana. Pasados los días, los vecinos se dirigieron el Tribunal de Menores de Lomas de Zamora, a cargo de la jueza Pons, para denunciar la situación de desamparo de Carlos, Alejandro y María Ramírez.
El ataque a la casa de Llavallol
La fiscalía describió que el 16 de marzo de 1977, al día siguiente del ataque a la casa de la calle Nother, efectivos del Ejército, de la Brigada de Investigaciones de Lanús y de la seccional de esa ciudad cercaron una vivienda situada en Ascasubi y Camino de Cintura de Llavallol, partido de Lomas de Zamora, y abrieron fuego “sin ningún aviso previo, ni posibilidad para los habitantes de salvar su vida”. Juan Pedro Berger, Narcisa Adelaida Encinas y Andrés Steketee murieron como consecuencia de los disparos. De acuerdo con los testimonios, las tres víctimas fueron obligadas a salir de la vivienda: “Ellos obedecieron e, indefensos, salieron y fueron acribillados”, explicaron los auxiliares fiscales. “El brutal ataque finalizó con la explosión de granadas que dejaron a las víctimas bajo los escombros de la vivienda”, añadieron.
Las actas de defunción de las víctimas, repasadas en el alegato, dieron cuenta de “hemorragia aguda” en los tres casos, en dos atribuibles a “herida de granada” y “herida de guerra” y en otro a “fractura de cráneo”. Los restos de las tres víctimas fueron inhumados como NN en una sola fosa en el cementerio de Lomas de Zamora.
De acuerdo con la prueba reunida, los homicidios fueron parte de la persecución para dar con María Antonia Berger, fundadora de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), sobreviviente de la Masacre de Trelew de 1972 y responsable de la Columna Oeste de Montoneros en 1976. Su padre era Juan Pedro Berger -de 66 años-, mientras que Encinas y Steketee eran un matrimonio amigo de aquel. María Antonia Berger, desaparecida, fue asesinada en octubre de 1979 y su cuerpo fue exhibido a los prisioneros en la Escuela de Mecánica de la Armada. De acuerdo con la hipótesis de la fiscalía, el ataque a la casa de Llavallol fue propiciado porque “las fuerzas represivas o bien estaban buscando a María Antonia Berger o procuraron asesinar a su padre con el propósito de amedrentar la actividad militante de ella”.
La responsabilidad en los homicidios
La fiscalía relató que la individualización de los autores materiales -Calabró, Chávez, Catinari, Francescangelli y López, este último sólo por el caso de Llavallol- se logró gracias al testimonio de vecinos -uno de ellos, miembro de la Policía provincial- de ambos lugares que reconocieron a algunos de los agentes actuantes y también a documentación obtenida de sus legajos, donde figuran felicitaciones relacionadas a los procedimientos ilegales. La identificación de los autores materiales de bajo rango permitió a la fiscalía avanzar sobre las responsabilidades de sus jefes Wolk y Smart.
Hoy, 14 de Febrero de 2023 se realizó la primer audiencia con declaraciones testimoniales, en el juicio que se lleva a cabo contra el Capitán italo-uruguayo Jorge Troccoli, acusado por los asesinatos de la uruguaya Elena Quinteros, el ciudadano argentino José Potenza y de la italiana Raffaella Filippazzi (estos últimos secuestrados en Montevideo en 1977 y asesinados algunos meses después en Paraguay). La primer testigo de la mañana fue Francesca Lessa, investigadora de la Universidad de Oxford y autora del libro “Los juicios Condor”. Posteriormente, a las 14 hs., fue escuchada Fabiana Larrobla, que entre 2016 y 2020 trabajó para la Secretaría de DDHH de la Presidencia de la República Oriental del Uruguay.
Las dos expertas, reconstruyeron el funcionamiento del Plan Cóndor y de los aparatos represivos, de los cuales el acusado, fue responsable del Servicio Informaciones (S2) del Cuerpo de Fusileros Navales uruguayos (FusNa) en 1.976. Seguidamente, fueron exhibidas pruebas documentales recogidas durante sus estudios, que dan cuenta de la participación del acusado en el secuestro, en la tortura y en la muerte de las tres victimas referidas.En la audiencia de hoy, estuvieron presentes participando en calidad de auditorio, estudiantes secundarios de las escuelas Plauto y Horacio y además fue autorizada por la Pesidencia de la III Corte Penal de Roma la filmación de las audiencias para la elaboración y proyeccion de un documental, Antonella Capri.
La Municipalidad de Quilmes elaboró un listado de víctimas de la dictadura en ese distrito que, sin saberlo, coincide con la cifra que tenían los servicios de inteligencia del menemismo, hace un cuarto de siglo. La nómina que acaba de terminar el Colectivo Memoria, Verdad y Justicia fue presentada por la Secretaría de Derechos Humanos local en el ex CCD Puesto Vasco de Don Bosco, donde estuvo secuestrado Jacobo Timerman y donde creen que fue enterrado Domingo Moncalvillo.
En ese encuentro, este columnista aportó un dato relatado por el diputado nacional Roberto Fernández: “Luego de una reunión de comisión en la Cámara, charlé con un agente de inteligencia que, cuando supo que era de Quilmes, me dijo que las víctimas de acá eran 400”. Roby Fernández fue diputado nacional desde 1989 y formó la mesa peronista bonaerense por la reelección de Carlos Menem en 1995. La reunión con el agente memorioso fue contemporánea a la investigación del atentado a la Embajada de Israel. Había transcurrido una década desde el final de la dictadura, pero debió pasar un cuarto de siglo más para que las organizaciones del pueblo les pusieran nombre a los cuatrocientos. No deja de ser sintomático que los servicios tuvieran tal precisión cuando ningún organismo había confeccionado listas.
En la inicial década de democracia, los primeros intentos partieron de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), cuando su secretaria era Lucrecia Lombán. Otras iniciativas chocaron con la enorme cantidad de víctimas y los escasos recursos. La Unión Obrera Metalúrgica (UOM), a cargo de Francisco “Barba” Gutiérrez, elaboró un listado que publicó como tapa y contratapa en una revista de su gremio. En 2016, la Universidad de Quilmes editó un libro de 120 páginas con las fichas de la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CoNaDeP) y el Registro Único de Víctimas del Terrorismo de Estado (RUVTE), que sumaban 293 víctimas.
Moncalvillo
En el listado no figuran dos mujeres y un hombre incinerados en el fondo del sitio donde se hizo la presentación quilmeña. Serían parte del “Grupo de los 7”, quienes fueron obligados a colaborar con los represores. Entre ellos se encontraba el hermano de la periodista “Mona” Moncalvillo.
La primera fuente de ese dato fue el policía Julio Alberto Emmed, quien denunció ante la CoNaDeP que hacia finales de 1977 quemaron personas en Puesto Vasco.
Según documentos a los que accedió la artista plástica y editora Nora Patrich, el coronel Ramón Camps, a cargo de la Policía Bonaerense, le pidió al general Carlos Suárez Mason que los siete sobrevivieran. El jefe del Primer Cuerpo de Ejército quedó en pensarlo, pero en noviembre del ’77 ordenó trasladarlos.
Según el historiador Roberto Baschetti, las autoridades policiales les dieron opción a salir del país, previa bendición de Christian von Wernich. Ante el cura, Camps y Miguel Etchecolatz requirieron al agente Emmed si podía desmayar a un hombre. Lo mandaron en auto junto a Carmen Morettini, Cecilia Idiart y Moncalvillo, a quien le propinó un inefectivo golpe de judo y debió pegarle culatazos hasta salpicar de sangre a todos. Así llegaron adonde los aguardaba el médico Jorge Bergés, que les inyectó veneno en el corazón antes de incinerarlos.
Acerca del hallazgo de indicios en las excavaciones en Puesto Vasco, El Cohete a la Luna había informado el 24 de julio sobre las tareas supervisadas por la jefa comunal, Mayra Mendoza, y el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla Corti. Hasta ahora, las autoridades se negaron a precisar si los cuerpos hallados entre restos de neumáticos quemados son los de Moncalvillo y sus compañeras. “El tema está judicializado y el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) continúa con su trabajo que, hasta no finalizar, nos impide especular sobre identidades”, respondieron a El Cohete.
Del Grupo de los 7, Liliana Galarza dio a luz en cautiverio antes de ser asesinada. Nilda Susana Salomone y los hermanos María Magdalena y Pablo Mainer fueron hallados en el Cementerio de Avellaneda.
Lo no escrito
Al igual que los intentos previos por documentar cada detalle del genocidio, la nueva lista quilmeña no incluye nombres de represores. Están los desaparecidos o muertos, sin contexto individual. Comienza con un caso de 1972, Juan Lachowski, de 23 años, quien figura muerto en el distrito el 26 de abril.
En realidad esa es la fecha de su secuestro. El Cohete puede completar la historia de aquel obrero de Peugeot, entregado por la empresa a efectivos policiales de la Brigada de Avellaneda, atormentado y tirado en una zanja, de la que salió aterrorizado para llegar a su casa en Bernal y relatar todo antes del 2 de mayo, cuando murió a causa de las heridas de la tortura.
Tal fue la repercusión que hasta Bernardo Neustadt escribió en su revista Extra: “¿Cómo se habrá sentido Lachowski, mutilado en sus 24 años, cuando sin culpa, sin denuncia, sin participación política, ni sindical, ni guerrillera, llegó con los testículos quemados y se arrastró hasta su mujer embarazada? ¿Qué penumbras cruzaron la mente de este humilde operario, de conducta irreprochable según la empresa? Mi silencio me haría sentir cómplice. No escribo para rescatarme. Escribo para que la indignación y mi vergüenza no me asesinen”.
Gracias a la intervención del juez Eduardo Millán, dos años después el juicio demostró que la casa de torturas pertenecía al policía prófugo Francisco Benevento. Hubo condenas, pero ningún preso. Era el personal de la Brigada al mando de Ernesto Verdún hasta el 8 de octubre de 1969, cuando asumió Oscar Moler (padre de Emilce, sobreviviente de la Noche de los Lápices), reemplazado por Etchecolatz en 1973.
La historia fue guionada por Julio Mauricio en Un despido corriente. Durante los ensayos, el actor Luis Conti y el dueño del teatro Auditorium de Mar del Plata, Gregorio Nachman, fueron desaparecidos el 19 de junio de 1976. Luego fueron vistos en el Pozo de Banfield. Aunque en 1979 Nachman fue trasladado por el Poder Ejecutivo Nacional (PEN) a la Unidad 9 de La Plata, nunca más se lo vio. Medio siglo después, la viuda de Lachowski, Ana María, rehusó la consulta de este medio porque aún le duele hablar.
El 2 de noviembre de 1973 hubo otros muertos a manos de la policía: Isaac Mosqueda (38 años), secretario de Movilización de la Juventud Peronista (JP) de Quilmes; también Juan Carlos Piray, Francisco Aristegui y Omar Arce, de 19, 18 y 14 años. Los que gatillaron fueron liberados por “falta de mérito”.
De 1974 constan los asesinatos de Pablo van Lierde y Eduardo Beckerman, llevados desde un bar donde planificaban pintadas por el segundo aniversario de los fusilamientos de Trelew y acribillados dentro de una Citroneta en la que sobrevivió malherido Carlos Alberto Baglietto. Al mes siguiente fue incinerado Osvaldo “Pacho” Margni en la Costanera porteña a manos anónimas, hasta que su compañero, Eduardo Allende, le sugirió al autor de esta nota el nombre del policía de quien sospechaba: “El oficial Kiernay”. Esos crímenes permanecen impunes.
Distinto es el caso de Arístides Suárez, Jacinto Alonso Saborido y Eduardo Ernihold, baleados el 7 de octubre de 1974, cuando fueron a matar al mayor de Ejército Jaime Gimeno, en represalia por los 16 fusilamientos de sus compañeros del ERP en Catamarca. Ex militantes de esa organización le dijeron a El Cohete que sospechaban que la muerte de Ernihold había sido provocada en el puesto de la Policía Caminera (donde revistaba Eduardo José Maggi, legajo 91.677, quien presumía su rol represor). En busca de la numerosa familia Suárez, al mes siguiente, el comisario Vilaquien y su segundo, Orsi (el apellido coincide con el de un compadre del jefe de la Concentración Nacional Universitaria –CNU– La Plata), llegaron a Víctor Manuel Taboada, a quien le atribuían combatir en Tucumán y fue el único asesinado del grupo que cayó con él. Poco después de llegar al Cementerio de Avellaneda, su cadáver fue robado. Sus familiares fueron legalizados y su compañera, Nelfa Suárez, dio a luz en cautiverio, encadenada y engrillada a la camilla en el Hospital San Martín de La Plata, cuyo director era Juan José Mussi, actual intendente de Berazategui.
El 19 de noviembre del ’74 desaparecieron a Sergio Dicovsky, el primero del distrito, en ocasión de matar al secuestrado coronel Jorge Ibarzábal, en Solano. Fue llevado ante la vista de los vecinos, como relató El Cohete en El hermano del partisano y la hija del cnl. El 16 de febrero de 1975 fue hallado encadenado a un árbol en los bosques de Palermo el cuerpo de Leo Leyes. “Había sido compañero de escuela del ‘Polaco’ (Jorge) Dubchak, quien siempre le tuvo celos, además de ser el único que podría haberlo reconocido allá y acribillarlo como lo hicieron”, le dijo su compañero “El Indio” Allende (FAP) al autor.
Sobre el final del acto quilmeño de este fin de año, una asistente –Claudia S.– preguntó por “el hermano de Aldo Rico” (el carapintada nunca se refirió a él, si bien dijo tener familiares “víctimas de los dos lados”). Ella fue alumna de Lilian Fernández de Rico, la viuda de Martín Rico, quien figura en la lista recién presentada como “secuestrado” en Quilmes. En verdad, el coronel de inteligencia adscripto al Estado Mayor Conjunto fue raptado cuando salía de trabajar en la Capital y acribillado en Avellaneda el 27 de marzo de 1975. Investigaba la relación de su Ejército con la Triple A. Según el periodista Juan Gasparini, la banda de Aníbal Gordon era la única capaz de una operación así contra alguien que estaba a días de ascender a general.
Las caídas de aquel año se abultaron con las delaciones de Jesús “Oso” Ranier, ex compañero del asesinado Margni (FAP), que se pasó al ERP en octubre del ’74 con la excusa de reivindicar a los caídos en el atentado contra Gimeno, catorce meses antes de que delatara el copamiento del 23 de diciembre en Viejobueno, que acabó con un centenar de muertes.
En los posteriores noventa días que transcurrieron hasta el golpe, fue acribillado el sacerdote tercermundista José Tedeschi, que colaboraba en la villa Itatí con asistentes sociales que militaban en el ERP. Esas compañeras fueron secuestradas por la Brigada del Pozo de Quilmes, donde tallaban Luis Ferian y Daniel Juárez, junto con otros ex laderos de Etchecolatz.
En la lista actualizada, siempre provisoria, es posible encontrar a la pareja de montoneros Carlos Baglietto y Stella Maris Edén (fusilados el 9 de octubre de 1975), como así también a Alberto Goi, de la CNU, que luego se fusionó con la Triple A. Fueron esbirros de esa extrema derecha que terminaron usados y luego asesinados por sus nuevos mandantes. Fuentes de la revista El Caudillo, que en muchos casos amplificó los discursos de la Triple A, revelaron a este cronista que dos meses y medio después del golpe, “El Oveja” Goi fue uno de esos devorados por la bestia que alimentó.
El listado
En el acto organizado por la secretaría a cargo de Hugo Colaone se entregaron copias de la carpeta con las 389 “Personas desaparecidas y asesinadas por el terrorismo de Estado relacionadas con Quilmes”. Tal relación no implica que todos hubieran nacido o vivido allí; para algunos fue lugar de militancia, como para Enrique Barry, hermano de Juan Alejandro, de la Conducción Nacional Montonera, o para los hijos del gobernador de Neuquén, Enrique y Ricardo Sapag, contra uno de los cuales se tiroteó el citado policía Maggi, quien llegó a tener un bebé secuestrado en su casa de Avellaneda desde septiembre de 1975.
Videla le confesó a la Iglesia Católica en 1978 lo que recién hizo público 34 años después: que los detenidos-desaparecidos habían sido asesinados. La Comisión Ejecutiva le transmitió el pedido de Massera de informar sobre el tema. Videla respondió que era imposible, por las inevitables preguntas sobre cada asesinato, el responsable y el destino de los restos. Un diálogo sobrecogedor, contenido en una minuta para el Vaticano que se conserva en el archivo secreto del Episcopado.
Por Horacio Verbitsky
El documento de 1978 que el Episcopado aún mantiene en secreto. Videla admite ante la Iglesia que los detenidos-desaparecidos han sido asesinados.
La política de desaparición forzada de personas que el ex dictador Jorge Videla acaba de admitir en varios reportajes y ante la justicia fue reconocida en 1978 ante la Comisión Ejecutiva de la Iglesia Católica. Videla dijo que le gustaría brindar la información pero que en cuanto se comunicara que los detenidos-de-saparecidos habían sido asesinados comenzarían las preguntas acerca de quién mató a cada uno, cuándo, dónde y en qué circunstancias y qué destino se dio a sus restos. La respuesta a esas preguntas sigue pendiente 34 años después. En el diálogo con el periodista Ceferino Reato, quien anuncia que no importa “tomar partido a favor o en contra del entrevistado”, Videla dice que la desaparición de personas no se debió a excesos o errores sino a una decisión de la pirámide castrense que culminaba en él. Pero también da a entender que la imposibilidad de informar sobre los desaparecidos obedece a que la información nunca estuvo centralizada, que cada jefe de zona sólo sabía lo sucedido en su jurisdicción y que muchos han muerto. “Los listados eran la puerta a un debate que conducía a la pregunta final: ¿Dónde están los restos de cada uno?, y no teníamos respuestas para ese interrogante, con lo que el problema, al dilatarse, se agravaba día a día y aún persiste.” Pero en su reunión con la Iglesia Católica Videla habló con mayor franqueza, como se hace ente amigos: dijo que “el gobierno no puede responder sinceramente, por las consecuencias sobre personas”, un eufemismo para referirse a quienes realizaron la tarea sucia de matar a quienes habían sido secuestrados y torturados y se encargaron de que de-saparecieran sus restos. Al elegir esa política que Videla calificó de cómoda, porque eludía las explicaciones, la Junta Militar puso bajo sospecha a la totalidad de los cuadros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, algo que recién comenzó a disiparse con la reapertura de los juicios, donde con las garantías del debido proceso se establecen las responsabilidades que la Junta ocultó. Hasta hoy se han pronunciado 253 condenas y veinte absoluciones, lo cual muestra que en democracia nadie está condenado de antemano y que puede ejercer su derecho a defensa. En el documento secreto sobre este diálogo, que el Episcopado conserva en su archivo, la afirmación de Videla sobre la protección a quienes cumplieron sus órdenes criminales está agregada a mano por el cardenal Raúl Primatesta, que presidía la Conferencia Episcopal y que fue acompañado en la reunión por sus dos vicepresidentes, Vicente Zazpe y Juan Aramburu. En abril de este año la jueza Martina Forns, titular del juzgado federal Nº 2 en lo Civil y Comercial y Contencioso Administrativo de San Martín interrogó a Videla en forma exhaustiva, a solicitud del abogado Pablo Llonto, quien representa a Blanca Santucho, hermana del jefe del ERP abatido en julio de 1976 por un pelotón del Ejército, y cuyos restos nunca fueron entregados a la familia. Un paso previsible en la investigación es solicitar a la Iglesia Católica acceso a los documentos que atesora sobre el tema. El que contiene las explicaciones de Videla lleva el número 10.949, lo que da una idea del volumen de la información que el Episcopado sigue manteniendo en secreto. Está guardado en la carpeta 24-II del Archivo de la Conferencia Episcopal. La Iglesia Católica eligió silenciar el contenido de la conversación en la que Videla les reveló que todos los desaparecidos habían sido asesinados. A continuación, la historia de ese encuentro público pero de contenido secreto.
Carta al cardenal
El 10 de abril de 1978, el diario Clarín tituló su página 3 “El presidente de la Nación almorzará hoy con la cúpula del Episcopado”. Emilio Fermín Mignone, cuya hija Mónica Candelaria había sido secuestrada en mayo de 1976, redactó sin pausa tres densas carillas a un solo espacio y las envió con un mensajero a la sede de la Conferencia Episcopal. También esa carta se conserva en el archivo secreto que el Episcopado guarda en su sede de la calle Suipacha, en la carpeta titulada “Personas detenidas y de-saparecidas, 1976-1983”. Mignone escribió que a dos años y medio del golpe, era indudable que la desaparición forzada de personas constituía “un sistema y no excesos aislados”. El fundador del CELS describió ese sistema: el secuestro, el robo, la tortura y el asesinato, “agravado con la negativa a entregar los cadáveres a los deudos, su eliminación por medio de la cremación o arrojándolos al mar o a los ríos o su sepultura anónima en fosas comunes”. Y se realizaba en nombre de “la salvación de la ‘civilización cristiana’, la salvaguardia de la Iglesia Católica”, colocando “como valor supremo la denominada ‘seguridad colectiva’ sobre cualquier otro principio o valor, incluso los más sagrados”. Añadió que “sobre la mentira nada perdurable puede fundarse”. Mignone insistió en la necesidad de que el gobierno informara “cuál ha sido la suerte de cada ‘desaparecido’, la inmensa mayoría de los cuales, todos lo sabemos y también los obispos, han sido arrestados por organismos de las Fuerzas Armadas o de Seguridad. Y esto, monseñor, es lo que le pedimos que ruegue, exija, obtenga del Presidente de la República esta mañana”.
La desesperación y el odio
Mignone decía que la desesperación y el odio iban ganando muchos corazones y que las exigencias de justicia impedirían cualquier intento de evolución democrática pese a que muchos dirigentes políticos, ansiosos por subirse al barco oficial, querrían echar un manto de olvido sobre lo ocurrido. También le informó a Primatesta que en marzo Emilio Massera le había dicho que la Armada exigía que se diera a conocer la suerte de cada desaparecido y preso no declarados, pero que el Ejército se oponía. “Nos pidió que solicitáramos a usted, al señor nuncio, a monseñor Tortolo, que insistieran ante el Presidente y comandante en Jefe del Ejército en el mismo sentido.” Mignone no ignoraba las tensiones internas en la Junta Militar y no experimentaba la menor simpatía por ninguno de sus integrantes. Pero trataba de explotar esas contradicciones para abrir una brecha en el muro de silencio sobre el destino de su hija y de miles como ella. También advirtió a Primatesta que la táctica del silencio, de la que el Episcopado participaba por sus propias razones, no era admisible. “El Pueblo de Dios necesita participar y ser informado. Necesitamos conocer lo que el Episcopado expresa al gobierno en sus comunicaciones. De lo contrario de nada sirven.”
Un diálogo franco
Al día siguiente, Zazpe le informó a Mignone que la Comisión Ejecutiva le había transmitido a Videla “todo lo que dice su carta”. Dijo que habían sido “tremendamente sinceros y no recurrimos a un lenguaje aproximativo” pero le advirtió, como si se tratara de una accesoria cuestión técnica, que había una “divergencia con su carta” acerca de la publicidad o reserva de esta entrevista. “En esta ocasión volvió a recurrirse a la reserva.” Primatesta informó luego a la Asamblea Plenaria que los obispos le plantearon a Videla los casos señalados en su carta por Mignone, de presos que en apariencia recuperaban su libertad pero en realidad eran asesinados; que se interesaron por sacerdotes desaparecidos, como Pablo Gazzarri, Carlos Bustos y Mauricio Silva, y por otros detenidos de los que pidieron la libertad y/o el envío al exterior. Pero el desarrollo completo de la reunión sólo está contenido en una minuta preparada por la propia conducción episcopal para informar al Vaticano y que nunca fue publicada. Primatesta, Zazpe y Aramburu la redactaron en la sede de la Conferencia Episcopal al terminar el almuerzo antes de que los detalles se desvanecieran en su memoria. El gobierno negaba que hubiera presos políticos porque todos los detenidos eran “delincuentes subversivos y económicos”, incluso los sacerdotes arrestados. Las desapariciones de personas eran obra del terrorismo para desprestigiar al gobierno, que compartía las inquietudes de los obispos. Los tres agradecieron a Videla por haber reconocido la existencia de excesos en la represión pero dijeron que no conocían que se hubiera castigado a los responsables, que era otra de las reflexiones de Mignone. En un clima que Aramburu describió como cordial, Primatesta lamentó que Videla no pudiera tomar “todas las medidas que quisiera”, con lo cual lo exculpaba de los hechos por los que le reclamaban. En un tono lastimero, Videla dijo que no era fácil admitir que los de-saparecidos estaban muertos, porque eso daría lugar a preguntas sobre dónde estaban y quién los había matado. Primatesta hizo referencia a las últimas desapariciones producidas durante la Pascua, en San Justo, “en un procedimiento muy similar al utilizado cuando secuestraron a las dos religiosas francesas”. La minuta redactada al concluir el almuerzo reconstruye la réplica textual de Videla ante la solicitud: “El presidente respondió que aparentemente parecía que sería lo más obvio decir que éstos ya están muertos, se trataría de pasar una línea divisoria y éstos han desaparecido y no están. Pero aunque eso parezca lo más claro sin embargo da pie a una serie de preguntas sobre dónde están sepultados: ¿en una fosa común? En ese caso, ¿quién los puso en esa fosa? Una serie de preguntas que la autoridad del gobierno no puede responder sinceramente por las consecuencias sobre personas”, es decir los secuestradores y asesinos. Primatesta insistió en la necesidad de encontrar alguna solución, porque preveía que el método de la desaparición de personas produciría a la larga “malos efectos”, dada “la amargura que deja en muchas familias”. Videla asintió. También él lo advertía, pero no encontraba la solución. Este diálogo de extraordinaria franqueza muestra el conocimiento compartido sobre los hechos y la confianza con que se analizaban tácticas de respuesta a las denuncias que ambas partes sentían como una amenaza. Primatesta también habló “sobre la actitud de alguna Fuerza Armada que urgía la publicación de las listas de presos, v.g. el almirante Massera”. En realidad, Mignone le había escrito que la lista de presos no tenía valor alguno, porque los familiares la conocían, y lo que Massera reclamó fue una lista de detenidos-desaparecidos. Videla se alzó de hombros. Aunque presidía la Junta y el gobierno, no tenía todo el poder y había fuerzas que no controlaba, dijo. Las actitudes de los eclesiásticos tenían sutiles matices. Zazpe preguntó: “¿Qué le contestamos a la gente, porque en el fondo hay una verdad?”. Según el entonces arzobispo de Santa Fe, Videla “lo admitió”. Aramburu explicó que “el problema es qué contestar para que la gente no siga arguyendo”, lo cual parece una fiel interpretación del propósito de Massera. Los jefes del Ejército y de la Armada descargaban su responsabilidad, cada uno en el otro, y la Iglesia les seguía el juego. Según Aramburu, cuando Videla repitió que “no encontraba solución, una respuesta satisfactoria, le sugerí que, por lo menos, dijeran que no estaban en condiciones de informar, que dijeran que estaban de-saparecidos, fuera de los nombres que han dado a publicidad”. Primatesta explicó que “la Iglesia quiere comprender, cooperar, que es consciente del estado caótico en que estaba el país” y que medía cada palabra porque conocía muy bien “el daño que se le puede hacer al gobierno con referencia al bien común si no se guarda la debida altura”. Tal como le dijo Videla al primer periodista que lo entrevistó, el español Ricardo Angoso, “mi relación con la Iglesia Católica fue excelente, muy cordial, sincera y abierta”, porque “fue prudente”, no creó problemas ni siguió la “tendencia izquierdista y tercermundista”. Condenaba “algunos excesos”, pero “sin romper relaciones”. Con Primatesta, hasta “llegamos a ser amigos”. Sobre el conflicto interno, que Videla llama guerra, “también tuvimos grandes coincidencias”. Zazpe murió en 1984, Aramburu en 2004 y Primatesta en 2006. Pero los documentos sobre ese diálogo entre amigos siguen hasta hoy en el archivo secreto del Episcopado.