Cuarenta años del Juicio que abrió el camino a la Memoria, la Verdad y la Justicia

Un episodio clave de la historia nacional

El 22 de abril de 1985 comenzaba el debate oral contra los nueve jefes militares de la dictadura. El rol de los organismos y los sobrevivientes y la incertidumbre de los testigos.

Cuarenta años del Juicio que abrió el camino a la Memoria, la Verdad y la Justicia
Foto: AFP

El 22 de abril de 1985, la naciente democracia argentina tuvo una prueba de fuego a poco más de un año de la salida de la dictadura genocida: en un clima tenso, con la amenaza latente de las fuerzas represivas que habían llevado adelante el terrorismo de Estado, comenzó el primer juicio por crímenes de lesa humanidad en el país, el Juicio a las Juntas.

El desafío no era poco: la primera transición democrática comenzaba con una investigación judicial de las violaciones a los Derechos Humanos y no había muchos antecedentes en el mundo de procesos judiciales contra dictaduras salientes.

La brutalidad de la represión desatada desde 1976, que había sido denunciada en todo el mundo, y el rechazo social hacia la dictadura, que provocó el colapso del régimen militar en 1983, permitieron a Raúl Alfonsín avanzar con su promesa de campaña de construir la naciente democracia sobre la base de la justicia por los crímenes cometidos.

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“Había que evitar que se repitiese este ciclo histórico de la impunidad y sentar el precedente de que a partir de 1983 no se tolerarían nunca más episodios al margen de la ley. Estaba convencido de que todo proceso de transición democrática debía intentar un objetivo prioritario y excluyente: prevenir la comisión futura de violaciones a los Derechos Humanos”, explicó Alfonsín en su libro Memoria política de 2004.

Habían pasado varias décadas de los juicios de Nuremberg por los crímenes del nazismo y entre los pocos casos similares estaba el proceso que se realizó contra los militares golpistas de Grecia, que tras la recuperación de la democracia fueron juzgados y condenados en 1975.

El objetivo del gobierno, a pesar del rechazo de los organismos de Derechos Humanos, era que el proceso de justicia fuera acotado en duración y en el alcance de las responsabilidades, ya que consideraba que si se extendían en el tiempo y hacia todos los represores podría tensionar la ya frágil transición democrática.

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La causa recayó en la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal, integrada por los jueces León Arslanián, Jorge Torlasco, Ricardo Gil Lavedra, Jorge Valerga Araoz, Guillermo Ledesma y Andrés D’Alessio, luego de que la justicia militar dilatara el tratamiento. Llegó a la fiscalía de Julio Strassera hacia fines de 1984, pocos días después de que CONADEP entregara a Alfonsín su investigación sobre el accionar de la dictadura.

La organización Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas tuvo una participación muy activa tanto en la investigación como en las audiencias. Con la vuelta de la democracia, junto a otros organismos habían creado la Comisión técnica de recopilación de datos, que reunía las denuncias de los familiares de las víctimas. Ese trabajo previo, con testimonios y listados de responsables, había sido entregado a la CONADEP. Lo mismo hizo cuando la justicia civil tomó la Causa 13/84 contra los comandantes, a pesar de que reclamaban que fueran juzgados todos los responsables, no sólo las cabezas.

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“Strassera pidió ayuda a los organismos justamente porque él sabía toda la colaboración que habíamos dado. Yo me caracterizaba por tener bastante memoria, entonces me pidió que lo ayudara a ver determinados casos que él había elegido, porque yo me acordaba cuando había tomado el testimonio para la comisión técnica”, recordó Graciela Lois, integrante de Familiares.
“Trabajamos en vivo y en directo con el armado de este juicio, por el que teníamos mucha expectativa. Fui algunas veces al despacho de la fiscalía, que estaba todo sobrepasado, todo el mundo trabajaba, y hasta el baño de Strassera estaba tan lleno de carpetas que no se usaba”, añadió.

El comienzo de las audiencias públicas ese 22 de abril marcó el clima que se vivía en ese momento: más de 60.000 personas caminaron desde el Congreso hasta el Palacio de Tribunales, donde la Cámara Federal iba a empezar a juzgar a Videla, Massera, Agosti, Viola y compañía. Para la marcha, los organismos confeccionaron 9800 pancartas con los nombres de los desaparecidos que se conocían en ese momento.

“Fue muy impactante, la gente nos pedía, con mucho respeto, ponerse una pancarta para llevar algún desaparecido”, señaló Lois y resaltó: “Estuvimos todo el tiempo ahí, nunca dejamos de ir. Había gente que no soportaba pero había que ir y de hecho se veía en la concurrencia”.

Durante las audiencias se escucharon más de 800 testimonios. Para quienes declararon no fue nada fácil, porque todavía había mucha incertidumbre y una fuerte presión militar. “No había ninguna garantía”, explicó Miriam Lewin, quien se presentó el 18 de julio como sobreviviente de la Fuerza Aérea y de la ESMA.

“Tuve que dejar mi trabajo por unas semanas, no dormí en mi casa por unas noches por recomendación de la fiscalía, porque el poder militar estaba muy consolidado todavía. Y en mi caso me habían abierto dos causas judiciales, en realidad una antes y otra después, para desacreditar mi testimonio. O sea, los que habíamos militado sabíamos que ir a declarar implicaba ponernos en el lugar de los acusados más que de testigos o acusadores”, explicó la escritora y periodista, quien recordó que, en ese contexto de inquietud, el entorno de la sala de juicio era “imponente”, en particular “tener los nueve pares de ojos de los integrantes de cada una de las juntas militares, entre los cuales estaban nada menos que Massera y Videla”.

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La sentencia

El 14 de agosto finalizaron los testimonios. Las declaraciones generaron un impacto muy fuerte. Aunque no se transmitió en vivo, las imágenes eran tomadas por la televisión pública (ATC) y algunos fragmentos eran luego difundidos sin audio, pero el contenido de las atrocidades que sufrieron quienes pasaron por los centros clandestinos de detención llegaba a la sociedad a través de la prensa gráfica. Hubo dos coberturas históricas: el Diario del Juicio, que publicó editorial Perfil, y la que Sergio Ciangaglini y Martín Granovsky realizaron para el diario La Razón, y que les valió ganar el premio Rey de España de Periodismo.

“Yo creo que fue una enorme catarsis colectiva. Poca gente sabe que hasta ese momento los militares negaban que hubiera habido desaparecidos, decían que estaban en Europa, y negaban la existencia de campos de concentración y a partir de ese momento ya no fue posible. Se generó un consenso de que esto realmente había ocurrido. Las cientos de personas que fueron a declarar realmente corrieron el velo sobre el horror que había tenido lugar de manos de los represores de los integrantes de las Juntas y de sus subordinados en la Argentina”, manifestó Lewin.

El 11 de septiembre, Strassera comenzó con su alegato, en el que repasó las pruebas contra los jefes militares por crímenes contra más de 700 personas y que concluyó con su histórico pedido de “Nunca más”. Tras los alegatos de las defensas, en diciembre los jueces dictaron la sentencia de prisión perpetua para Videla y Massera, 17 años para Viola, ocho años para Lambruschini y cuatro años y medio para Agosti.

“Fue una bisagra que permitió abandonar ese escenario de impunidad que se pensaba que no se iba a lograr nunca y poder quebrar ese pacto de impunidad que había entre todos los imputados. A partir de ahí, apareció un camino nuevo, un escenario distinto”, resumió Jorge Auat, quien fue fiscal general en Chaco y titular de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad por casi una década.

El exfuncionario judicial resaltó la “riqueza del fallo”, con un trabajo de ingeniería judicial que consideró “señero” en el país y propuso volver a leer la sentencia de la Cámara Federal “lo que allí se dijo, todo el contenido y las pruebas que se aportaron, para enriquecer también el debate que todavía se sigue dando y que entiendo que debe seguir dándose”.

“Más allá de cualquier tipo de especulación política, porque alguna vez se pensó que con el Juicio a las Juntas se podía realmente cerrar la discusión o cerrar la herida profunda que dejó el plan criminal de la dictadura, pero bueno, como diría Hannah Arendt, los hechos se sostienen por su obstinación. Me parece que en ese sentido es importante destacar la historia que vino después y que en algún punto no dejó de mirarse por el retrovisor el juicio a las juntas. Han pasado 40 años y todavía seguimos hablando de ese juicio”, añadió.

El Juicio a las Juntas convalidó en la justicia lo que los sobrevivientes y familiares venían denunciando, que no había sido una guerra, que no había dos demonios, que el Estado había planificado la represión, y que había sido sistemática. Fue también el punto de inicio de causas en todo el país para investigar los crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado.

Sin embargo, el movimiento que provocó en la Justicia comenzó a inquietar a quienes habían tenido participación en la represión ilegal. El gobierno intentó contener la situación con la ley de Punto Final, que acotó la persecución penal a quienes hubieran sido acusados en los dos meses siguientes a la ley. Pero esta no alcanzó y en la Semana Santa de 1987, los levantamientos de militares que comenzaban a ser citados por la justicia impulsó la sanción de la ley de Obediencia Debida. Los indultos durante el gobierno de Carlos Menem terminaron de garantizar la impunidad de los responsables durante casi 20 años. Recién en 2005 se retomaría el proceso de justicia, tras la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida por parte del Congreso Nacional en 2003 y la declaración de inconstitucionalidad de las mismas por la Corte Suprema dos años después. «

“cuando hay voluntad política del Poder Judicial, los juicios se pueden hacer rápido”

«Los testigos del Juicio a las Juntas se la jugaron, sin ellos no había posibilidad de juicio»

Para Pablo Llonto, el juicio a los comandantes de la dictadura “expuso que cuando hay voluntad política del Poder Judicial, los juicios se pueden hacer rápido”.

«Los testigos del Juicio a las Juntas se la jugaron, sin ellos no había posibilidad de juicio»
Por Pablo Llonto

Por: Pablo Llonto

El Juicio a las Juntas es el punto de partida principal del camino de Memoria, Verdad y Justicia, pero sobre todo de Justicia, que se ha transitado en el país y después de 40 años podemos sacar muchas conclusiones.

La importancia de los testigos es un punto que ha costado mucho instalar en estos años. Los medios hegemónicos y el establishment judicial y de historiadores han tratado de resaltar el papel de los fiscales y los jueces pero muy pocos le han dedicado el espacio que corresponde al rol que cumplieron los testigos, sobre todo los familiares y sobrevivientes de los centros clandestinos.

Ellos realmente se la jugaron en aquel momento: había que dar la cara con nombre y apellido en 1985, cuando la mayoría de los genocidas, de los autores directos de los crímenes, estaba en los cuarteles o en las comisarías, con armas y todavía con poder de desestabilizar la democracia. Recién en los últimos 10 años se tomó trascendencia y se reconoció su valor a las y los testigos. Sin testigos, no había posibilidad de juicio.

Otro aspecto a tener en cuenta es que, si bien fue el peldaño inicial, no fue el único peldaño para subir en esta escalera de lograr justicia. Se necesitaron muchos peldaños mejores que aquella sentencia, que no fue buena, que tuvo aspectos positivos pero también negativos producto de que esa Cámara Federal, esos jueces, estaban mayoritariamente alineados con el pensamiento filosófico de los juristas que asesoraban a Raúl Alfonsín, que querían establecer la responsabilidad de las conducciones de la dictadura y no la responsabilidad de todo aquel que haya cometido delitos, cosa que sí se está haciendo ahora.

Estos 40 años han servido también para contar la historia de muchas partes del juicio que no se conocían y que han ido saliendo a la luz, en las que se muestra claramente que fue el empuje de los organismos de derechos humanos, de las Madres y de los familiares, lo que logró que hoy la Argentina sea el país que está juzgando y tiene la intención de juzgar hasta el último genocida cuya responsabilidad se pueda probar.

Y, por supuesto, hay que sacarle un poco de exagerado brillo a los camaristas que integraban esa Cámara Federal. Hoy vemos como uno de ellos, Jorge Valerga Aráoz, es defensor de genocidas y representa a Juan Tasselkraut, que está imputado por crímenes de lesa humanidad por el secuestro y torturas a Héctor Ratto y la desaparición forzada de Diego Núñez, ambos obreros de Mercedes Benz.

Como aspecto positivo, el Juicio dejó las condenas a perpetua de Videla y de Massera y también expuso con claridad que cuando hay voluntad política del Poder Judicial, los juicios se pueden hacer rápido. En ese juicio, las audiencias se hicieron desde el 22 de abril hasta agosto. En 5 meses se tomaron 833 testimonios de lunes a viernes, lo que demuestra que cuando el Poder Judicial quiere, puede acelerar los juicios.

Hoy estamos frente a la paradoja de que los juicios por los crímenes cometidos en la dictadura son los más lentos y la Corte Suprema y las Cámaras de cada jurisdicción no toman la decisión política de acelerar estos juicios. Hoy, con suerte, se hace una audiencia cada 15 días, a veces una vez por mes, y son pocos los tribunales que están tomando una audiencia por semana. Eso demuestra  que es el Poder Judicial el responsable del achatamiento de la velocidad de los juicios de lesa humanidad.

*Pablo Llonto es abogado querellante en juicios por crímenes de lesa humanidad y escribió el libro “El juicio que no se vió”, sobre su cobertura como periodista del juicios a los comandantes.

A 40 años del Juicio a las Juntas: cuando los señores de la muerte se sentaron en el banquillo

Un hito en el proceso de justicia por los crímenes de la dictadura

Las voces de los sobrevivientes de los campos de concentración resonaron por primera vez en los tribunales. Las calles pedían castigo a todos los culpables en línea con el reclamo del movimiento de derechos humanos, que ha mantenido durante estas décadas la misma exigencia.

Por Luciana Bertoia
. Imagen: AFP

Más de 50.000 personas salieron a la calle el 22 de abril de 1985. Una pancarta reclamaba: “Los desaparecidos exigimos juicio y castigo a todos los culpables”. A partir de esa tarde, la Cámara Federal porteña iba a juzgar a los integrantes de las tres primeras Juntas Militares que habían usurpado el poder desde 1976, implementando un sistema de tortura, muerte y desaparición. Por el juicio –que se extendió hasta diciembre de ese año– desfilaron más de 800 testigos y se examinaron más de 700 casos, que terminaron probando que detrás de la metodología clandestina los perpetradores buscaban consagrar la impunidad de sus crímenes. El proceso terminó con las condenas a prisión perpetua de Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, las caras más reconocidas de la última dictadura, y marcó un hito imprescindible en un proceso de justicia que hizo de Argentina un ejemplo en el mundo. Un proceso de justicia que sigue en marcha y que registra 1197 condenados desde la reapertura de los juicios.

Ese mediodía, todos estaban nerviosos. Los jueces habían optado por calmar un poco la ansiedad con un almuerzo en La Emiliana, un restorán elegante que funcionaba en Avenida Corrientes al 1400, a unas pocas cuadras del Palacio de Justicia de Talcahuano 550. Hacia allá fueron los seis integrantes de la Cámara Federal: León Carlos Arslanian, Ricardo Gil Lavedra, Andrés D’Alessio, Guillermo Ledesma, Jorge Torlasco y Jorge Valerga Aráoz. Todos se habían incorporado al tribunal de apelaciones con la llegada al gobierno de Raúl Alfonsín.

El fiscal ante la Cámara, Julio César Strassera, y su adjunto, Luis Moreno Ocampo, se habían inclinado por un barcito ubicado en Talcahuano entre Lavalle y Corrientes. Con ellos estaban los “chicos” de la fiscalía, que se habían integrado meses antes para preparar la acusación. “Fue un día memorable”, dice Moreno Ocampo. “Nunca había pasado que hubiera una multitud de manifestantes en la Plaza Lavalle. Fue la primera vez en la historia que había gente demandando justicia ante los tribunales”.

En el Palacio, la sala estaba ocupada por los 100 invitados especiales que podían ocupar los bancos. Según recuerda Pablo Llonto en El Juicio que no se vio, había unos 150 periodistas distribuidos en dos palcos. El juicio era filmado por Argentina Televisora Color (ATC), pero no se difundía en directo ni se pasaban fragmentos con sonido. La decisión obedecía a no generar tensión con las Fuerzas Armadas.

Hubo un momento de tensión cuando le pidieron a Hebe de Bonafini, presidenta de Madres de Plaza de Mayo, que se retirara el pañuelo –emblema de su lucha. Hebe se resistió, lo que generó preocupación entre los jueces. Tuvieron que acercarse los fiscales y mediaron también otros referentes del movimiento de derechos humanos como Emilio Mignone, Augusto Conte y Adolfo Pérez Esquivel hasta que finalmente cedió.

Horas antes del inicio de la audiencia, los organismos habían distribuido un comunicado en el que le daban significación al Juicio. “Somos la memoria del sacrificio de nuestro pueblo en la lucha por la liberación, y no la obsesión de la venganza. Miramos el pasado –al cual se refiere siempre la acción de la justicia– como una fuente de advertencia. Pero el pasado constituye en este caso, al mismo tiempo, la amenaza de su repetición. Quienes han perpetrado los más graves delitos contra la vida, la integridad física y moral y la libertad de las personas no solamente proclaman que lo que hicieron fue legítimo; sostienen su derecho a hacerlo nuevamente toda vez que lo consideren necesario, y desconocen la legalidad de los tribunales de la Constitución encargados de juzgarlos”, señalaba la declaración que firmaban Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (LADH), el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) y el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), que puede leerse en Hacer Justicia, el portal que lanzó la ONG Memoria Abierta.

Por entonces, la presión militar se palpaba en el aire. La Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE) les había hecho llegar una propuesta horas antes del inicio del juicio a los camaristas: los excomandantes estaban dispuestos a asumir la responsabilidad, si se levantaba el juicio. No hubo concesiones y el juicio se hizo.

“A nosotros nos amenazaban de muerte, pero nada más –dice con ironía Moreno Ocampo. Los camaristas sufrían más presiones políticas. A nosotros nos dejaban hacer lo que quisiéramos”. El fiscal adjunto, para entonces, tenía una rutina: antes de subir a su auto, se tiraba al piso para comprobar que no tuviese una bomba.

El descenso a los infiernos

–Señores de pie– se escuchó a las 15.25.

Se pusieron todos de pie menos los acusados, que no estaban. La Cámara había dispuesto que solo sería necesario que estuvieran presentes en los alegatos. Quienes asistieron al juicio ese primer día se quedaron con las ganas de ver en el banquillo de los acusados a Videla, Massera, Orlando Ramón Agosti, Roberto Eduardo Viola, Armando Lambruschini, Omar Domingo Rubens Graffigna, Leopoldo Fortunato Galtieri, Jorge Isaac Anaya y Basilio Lami Dozo.

El primer testigo fue Ítalo Luder, expresidente provisional del Senado que ejerció la primera magistratura cuando María Estela “Isabel” Martínez de Perón estuvo de licencia. A Luder lo habían convocado para explicar los decretos de aniquilamiento que los militares invocaban para justificar su accionar criminal.

La voz de los exdetenidos-desaparecidos recién se escuchó una semana después. La primera sobreviviente de los campos de concentración en testificar fue Adriana Calvo. Física, docente universitaria, Adriana Calvo fue secuestrada de su casa cuando cursaba un embarazo avanzado. Más tarde, los grupos de tareas se llevaron a su marido, Miguel Laborde. Adriana relató cómo parió a su beba, Teresa, mientras estaba con los ojos vendados y las manos atadas en el asiento atrás de un patrullero que iba a toda velocidad desde la Comisaría 5ª de La Plata hasta el Pozo de Banfield. Cuando llegó a ese centro clandestino, el médico policial Jorge Bergés le extrajo la placenta de un solo golpe. Le dieron un balde para que limpiara y recién después pudo tener en brazos a su bebita.

–Señor presidente: ese día hice la promesa que, si mi beba vivía y yo vivía, iba a luchar todos los días de mi vida para que se hiciera justicia– le dijo Adriana al juez Ledesma.

Nadie se atrevió a pronunciar palabra después del relato del horror que había hecho la sobreviviente del Circuito Camps. Lo mismo pasó cuando semanas más tarde declaró Iris Pereyra de Avellaneda, sobreviviente y madre de un adolescente, Floreal “Negrito” Avellaneda, que había sido torturado hasta la muerte y arrojado en un vuelo de la muerte.

Los testimonios se extendieron hasta agosto de 1985. Los últimos que se escucharon fueron los que retrataban lo que había sucedido en el Hospital Posadas, el policlínico de la zona oeste que fue ocupado militarmente después del golpe. Medio centenar de trabajadores pasaron a integrar las listas negras y fueron detenidos ilegalmente. Para fines de 1976, empezó a funcionar un centro clandestino dentro de un chalet que estaba en el predio. La enfermera Gladis Cuervo estuvo allí secuestrada, donde fue sometida a feroces tormentos y presenció lo que padecieron sus compañeros de trabajo. Gil Lavedra escribió en La hermandad de los astronautas que con la declaración de Gladis fue la última vez que lloraron en el juicio.

Osvaldo Barros es sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Él y su compañera, Susana Leiracha, fueron testigos en el juicio. “Fue un caso muy difícil por un lado y muy emocionante por otro. Desde la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD) se hablaba mucho con la fiscalía y se ayudó con la selección de los testigos. Nosotros estamos muy agradecidos con los pibes de la fiscalía, que nos acompañaban y tranquilizaban”, recuerda.

“Mi impresión es que el juicio fue muy importante para hacer conocer al conjunto de la sociedad la magnitud de lo que había sucedido. Hasta entonces no se sabía. Estaba el informe Nunca Más de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), pero el juicio tuvo mucha presencia en los medios. Lo malo fueron las condenas irrisorias”, añade Barros.

Los excomandantes debieron estar en la sala cuando Strassera y Moreno Ocampo los acusaron. El final del alegato del fiscal invocando el Nunca Más despertó llanto y aplausos en el Palacio de Talcahuano. Algunos de los exintegrantes de las Juntas salieron mirando al piso; otros dedicaban improperios hacia las gradas.

El 9 de diciembre, la Cámara dio a conocer la sentencia. Solo Videla y Massera fueron condenados a prisión perpetua. Viola recibió una pena de 17 años; Lambruschini, de ocho y Agosti, de cuatro años y medio. Los demás acusados fueron absueltos. Después vinieron las leyes, los indultos y casi dos décadas de impunidad. En 2005 –casi 20 años después del Juicio a las Juntas– la Corte Suprema dio el paso necesario para reabrir las investigaciones e iluminar todos aquellos rincones del terrorismo de Estado que aún seguían en la oscuridad.

https://www.pagina12.com.ar/819426-a-40-anos-del-juicio-a-las-juntas-cuando-los-senores-de-la-m

“Declarar en el Juicio a las Juntas fue como liberarnos”

A 40 años del inicio del proceso contra los excomandantes

El sobreviviente de La Noche de los lápices repasa cómo preparó su declaración, los miedos de la familia y la soledad que enfrentaron los exdetenidos-desaparecidos.

Por Luciana Bertoia
. Imagen: Gentileza

Pablo Díaz se sentó el 9 de mayo de 1985 ante la Cámara Federal que juzgaba a los excomandantes. Era la tercera semana de audiencias del Juicio a las Juntas y él, con voz tímida, habló de uno de los horrores de la dictadura: el secuestro, la tortura y la desaparición de estudiantes secundarios.

Al momento de su secuestro, Pablo Díaz tenía 18 años y cursaba sus estudios en una técnica de La Plata a la que llamaban “La legión”. Como el resto de los pibes y de las pibas de lo que se conoció como La Noche de los lápices, pasó por el campo de Arana. Después lo trasladaron al Pozo de Banfield, donde vio por última vez con vida a María Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Horacio Ungaro, Claudio de Acha, Daniel Racero y Francisco López Muntaner. Su periplo continuó por el Pozo de Quilmes, la comisaría tercera de Valentín Alsina y la Unidad 9 de La Plata.

Su testimonio en el Juicio a las Juntas fue recogido en el libro de María Seoane y Héctor Ruiz Núñez, y fue la base para la película de Héctor Olivera. A 40 años del inicio de ese proceso judicial, Pablo Díaz dialogó con Página/12.

–¿Cómo se preparó para el Juicio?

–Íbamos a la fiscalía. Recuerdo una reunión en la que estábamos Adriana Calvo, Osvaldo Barros y Jorge Watts, y preguntamos si teníamos que mencionar a otros sobrevivientes. Luis Moreno Ocampo nos dijo que si los nombrábamos, los iban a llamar a declarar. Silencio total. Y Adriana Calvo dijo que los teníamos que nombrar. Para mí, ella era como una hermana mayor, así que la seguía. Hubo toda una discusión sobre si éramos nosotros quienes teníamos que presentar la prueba.

El peso sobre las víctimas…

–Sí. Con Adriana, nos encontrábamos en la fiscalía y también me invitaba a una casa de Flores donde se reunía la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD). Yo me volví a casa en el micro Río de La Plata y pensaba que si no querían declarar debía ser porque tenían miedo o por algún motivo. Era una decisión difícil porque terminabas exponiendo a otros compañeros. Yo le preguntaba a Mabel Colalongo, de la fiscalía, y ella me decía que tenía que contar todo. Ella me dijo que iba a declarar ante la justicia terrenal y divina.

–¿Usted era creyente?

–No, pero en el Pozo María Claudia Ciocchini nos decía que rezáramos. Yo, en el juicio, me aferré a la idea de contar a Dios lo que había pasado en los campos. El compromiso que había asumido con ellos cuando nos separaron era dar testimonio. El Juicio, para nosotros, era cumplir con nuestros compañeros. Era también liberarnos.

–¿Qué recuerda de ese día?

– Siempre recuerdo que todos habían quedado conmovidos porque yo hacía el gesto de poner las manos atrás (como si estuviera maniatado). Es como que había vuelto al centro clandestino. No me pasa lo mismo ahora cada vez que declaro.

–¿Cómo diferencia ese juicio de los actuales?

–Hay una gran diferencia. Yo, en ese momento, sentí que entraba a la justicia. Hoy hay tres jueces. Algunos apagan la cámara, si es una audiencia virtual. Se quieren ir rápido. En el Juicio a las Juntas estaban los seis jueces que representaban a la justicia en la que yo creí –en la que me hicieron creer Julio Strassera, Moreno Ocampo y los ayudantes de la fiscalía.

–¿Se sintió apoyado por la fiscalía?

–Una vez estaba hablando con Mabel Colalongo y entra Strassera, me apoya la mano en el hombro y me dice: “Vas a hacer historia”. Moreno Ocampo decía que yo era un desprejuiciado. El único problema que se me presentó es que yo les dije que tenía que declarar y que los padres de la chica con la que estaba saliendo no sabían lo que me había pasado. Y Luis me contesta: “Peleate”. Eso hice cuando volví a La Plata. A las dos semanas, cuando la vuelvo a ver, ella me dice: “No sabés el lío que me hicieron mis padres por poner a mis hermanos en peligro por andar con vos”.

–¿Y su familia lo apoyó con la declaración?

–Cuando vuelvo a mi casa después de testimoniar, mi mamá y mi hermana vienen llorando a abrazarme. Mi mamá me dice: “Tu papá está en el escritorio”. Y cuando entro a hablar con él, me dice exactamente lo mismo: “¿Qué hiciste? Pusiste en peligro a toda la familia. ¿Lo pensaste?”. Mis padres no sabían que iba a declarar. Cuando terminó la audiencia, me volví solo. Ahora hay acompañamiento. Antes ibas a declarar solo. Cuando salgo, me cruzo con Nora Ungaro (hermana de Horacio) y le digo: “Lo nombré”. Era toda una instancia primaria.

–¿Presenció otra audiencia?

–No. Eran cosas que, si me involucraba, lloraba mucho. Pero declaramos. Por más que pusiéramos nuestras vidas en riesgo, al declarar asumíamos un compromiso que era mucho más que personal. Yo le di un valor enorme al Juicio; por eso, creo que no afectó tanto la sombra de las leyes de impunidad que siguieron

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Iris Avellaneda: “Sentí orgullo al haber participado del Juicio a las Juntas”

A 40 años del inicio del proceso contra los jerarcas de la dictadura

Fue secuestrada el 15 de abril de 1976 junto a su hijo de quince años, Floreal “Negrito” Avellaneda. Fue liberada recién en 1978. A los tres días se enteró de que el chico había aparecido muerto en las costas de Uruguay. “Fue un exterminio, y seguiré peleando”, dice en diálogo con Página/12.

Por Luciana Bertoia
. Imagen: Archivo

El testimonio de Iris Pereyra de Avellaneda duró cerca de media hora, pero fue uno de los más desgarradores que se escucharon en las audiencias del Juicio a las Juntas. La mujer, que se reivindicó como militante comunista, contó cómo el 15 de abril de 1976 una patota llegó a su casa buscando a su marido. Al no encontrarlo, los secuestraron a ella y a su hijo de quince años, Floreal “Negrito” Avellaneda. Lo último que escuchó de su hijo fueron los gritos en la tortura antes de ser llevada desde la comisaría de Villa Martelli a Campo de Mayo. Desde la cárcel de Olmos, Iris escribió más de 60 cartas preguntando por el paradero de su hijo e impulsó hábeas corpus. Cuando la liberaron, salió dispuesta a meterse en Campo de Mayo para encontrar al “Negrito”. Pero, a los tres días alguien se animó y le dijo: “No lo busques más, al ‘Negrito’ ya lo mataron”. Su cuerpo había aparecido en las costas del Uruguay, con signos de haber sido brutalmente atormentado. La presidenta de la Liga Argentina por los Derechos Humanos (LADH) recordó aquellos días en diálogo con Página/12.

–¿Cómo llegó a declarar en el Juicio a las Juntas?

– Empecé a declarar en 1979, cuando vino la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Después con la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep). Cuando fue el Juicio a las Juntas, los compañeros me llamaron. No me negué. Al contrario, yo quería ser testigo. Quería enjuiciar a la Junta Militar.

–¿Tenía, además, una causa abierta en la justicia de San Martín por lo que pasó con el “Negrito”?

–Claro. Nuestro secuestro fue el 15 de abril de 1976. Salgo en 1978, en plena dictadura. No se podía hacer ni mover nada. Cuando yo salgo en libertad, recién al tercer día, me entero por mi cuñada de lo que había pasado con el Negrito en las costas del Uruguay. Había aparecido ahí por los vuelos de la muerte. Para mí fue un golpe tremendo. Recién en 1983, cuando vino la democracia, pudimos empezar hacer algo. El doctor Julio Viaggio, un abogado de la LADH, llevó la causa. Nos reuníamos cada semana para apuntar datos, saber qué había pasado y tener una buena estrategia.

–¿Y la relación con Uruguay?

–Allá aparecen los cuerpos. El del “Negrito” pudo ser reconocido por el tatuaje que tenía con las iniciales FA. Cuando presentamos la querella en Uruguay, los jueces se declararon incompetentes. Lo pudimos identificar por las fotos que sacó un fotógrafo conocido de Carlitos Zamorano, nuestro querido abogado de la Liga. La única prueba que tuvimos para el juicio de 2009 fueron esas fotos. (N de R: Nunca se recuperó el cuerpo del “Negrito”).

–¿Qué recuerda del día que declaró en el Juicio a las Juntas?

–Llegué al tribunal y el que me recibió de entrada fue Pablito Llonto, que era periodista de Clarín entonces. Estuvimos charlando. Yo estaba muy nerviosa. Tenía 46 años cuando fue el juicio. Era mi primera vez como testigo. Se me hacía un nudo en la garganta. El juez que me tomó la declaración me decía: “Tranquila, señora, tome un poquito de agua”. Declaré y me retiré. No me quise quedar.

–¿Con la fiscalía había tenido contacto antes?

–No, no. Pero me llegaron mucho las palabras de Julio Strassera (en el alegato) cuando dijo “Nunca Más”. Porque, era cierto, el juicio era un Nunca Más a un golpe de esta índole.

–¿Y cómo tomó la sentencia?

–La escuchamos por la tele. Fue un aliciente porque se condenaba a la Junta. Para mí fue importante este juicio. No se había hecho algo así en el exterior. El primer juicio fue así acá, en la Argentina, y eso te toca. Te da orgullo haber sido parte.

–¿Cómo sintió que fue el trato a los sobrevivientes?

–Yo nunca negué que militaba en el Partido Comunista, y menos a los jueces. A ellos les interesaba saber cómo me había enterado de que el “Negrito” había aparecido por los vuelos de la muerte.

–¿Percibió diferencias entre el Juicio a las Juntas y el que se hizo en 2009?

–Fue distinto el juicio. Fue duro porque en un momento Santiago Omar Riveros se paró y dijo que quería pedirnos disculpas. ¿Disculpas de qué? ¿Después de que mató al “Negrito”? No me cabe ningún respeto hacia esa persona. Se quería lavar las manos. Después vino la película Argentina, 1985, que aparece mi testimonio. Fue importante. Soy una de las pocas personas que aparece testificando, no personificada por actores. Me hubiese gustado que me contactaran antes para poderles explicar más sobre el “Negrito”.

–¿Cuándo empezó a militar su hijo?

–A los doce años, le dice entusiasmado al padre que se había afiliado a la “Fede” (la Federación Juvenil Comunista). Siempre iba al local de Boulogne, a veces con el padre. Él no hacía militancia en la calle. Nosotros teníamos un mimeógrafo en casa. Como militábamos, necesitábamos volantes, y él los hacía. Era un crack en eso. Desgraciadamente pagó con la vida por esta gente tan inescrupulosa de la Junta Militar. Esto fue un exterminio, y yo seguiré peleando.

Después del Juicio a las Juntas, nadie puede discutir que hubo un plan criminal de la dictadura

A 40 años del inicio del proceso a los excomandantes
Ricardo Gil Lavedra: “Después del Juicio a las Juntas, nadie puede discutir que hubo un plan criminal de la dictadura “
Entrevista con uno de los integrantes de la Cámara Federal que condenó a Videla y Massera. Las presiones de las Fuerzas Armadas y de los servicios de inteligencia para frenar el juicio y la necesidad de darles justicia a las víctimas.
Por Luciana Bertoia
20 de abril de 2025 – 05:41
. Imagen: NA
Seis camaristas juzgaron en 1985 a quienes habían comandado a las Fuerzas Armadas entre 1976 y 1982, sembrando de muerte el territorio argentino. Ricardo Gil Lavedra es uno de los integrantes de aquel tribunal. Tiene, además, otra particularidad: se dio la tarea de contar el Juicio a las Juntas por dentro a través del libro que publicó meses atrás, La hermandad de los astronautas. Por entonces, el juez Jorge Torlasco sostenía que los integrantes de la Cámara Federal porteña, que acababa de conformar Raúl Alfonsín, se movían como en una cápsula espacial: aislados y tratando de llegar a destino. Para León Carlos Arslanian, Andrés D’Alessio, Guillermo Ledesma, Jorge Valerga Aráoz, Torlasco y Gil Lavedra, llegar a destino implicaba poder dictar sentencia contra Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, entre otros.
En la víspera de que se cumplan 40 años del inicio aquel juicio que se volvió emblema a nivel nacional e internacional, Gil Lavedra, presidente del Colegio Público de la Abogacía de la Capital Federal (CPACF), dialogó con Página/12 acerca de aquellos días de 1985.
–¿Siente que cambió la percepción del Juicio a las Juntas, que quienes entonces decían que con éste se ponía en riesgo la democracia ahora lo describen como una piedra basal de la democracia?
–El Juicio a las Juntas y la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) permitieron abrazar a la democracia con los derechos humanos, el imperio de la ley y el estado de derecho. Esto me parece que ayudó mucho a consolidar la cultura democrática.
–También cambió las prácticas judiciales porque entonces no había juicios orales…
– Sí, en aquel momento regía el código de Obarrio del final del siglo XIX, que era un procedimiento con claras notas de inquisitivo. Tanto la instrucción como el plenario lo llevaba un juez: un juez de instrucción primero, luego un juez de sentencia y de modo escrito.
–¿Hubo en los meses de audiencias algún testimonio que lo haya conmovido particularmente?
– Es difícil, me parece, distinguir a una sola persona porque me conmovieron muchísimas.Tenga en cuenta que era gente que había padecido cosas inhumanas, torturas salvajes y venía a exponerlas en público, con lo cual yo quisiera también destacar la valentía que tuvieron todos los testigos cuando aún la democracia no estaba asegurada y los autores de esos crímenes terribles estaban en libertad. Hay que resaltar la entereza de ir a relatar su padecimiento frente a un tribunal de modo público.
–¿Cómo recuerda el lobby de las organizaciones pro-militares como Familiares y Amigos de Muertos por la Subversión (FAMUS)?
–Sinceramente no recuerdo mucho el activismo de las organizaciones de este tipo. Hubo, claro, declaraciones públicas y probablemente también la publicación de alguna solicitada, pero me parece que la tensión de ese momento era la posibilidad de llevar adelante un juicio que las Fuerzas Armadas soportaban pero no estaban de acuerdo. Tenga en cuenta que un jefe del Estado Mayor del propio presidente democrático Raúl Alfonsín pedía amnistía. Todo el mundo pedía también: la Iglesia y los medios de comunicación. Hubo incluso una cosa que parece grotesca, pero el financiamiento de las defensas del juicio lo hicieron las Fuerzas Armadas. Eran todos estudios de primera línea que obviamente los acusados no estaban en condiciones de solventar. Eso salió de las propias Fuerzas Armadas y sus gastos reservados.
–Usted en el libro relata que el jefe de la Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE) fue a decirle a Carlos Arslanian que los comandantes estaban dispuestos a asumir su responsabilidad si no se continuaba con sus subordinados…
– Es así. Que ellos asumían su responsabilidad y que obviamente no hiciéramos el juicio.
–¿Cómo recepcionó el gobierno el punto 30 de la sentencia, que ordenaba seguir investigando porque ponía, de algún modo, en tensión la política de juzgamiento del alfonsinismo?
– Yo creo que mal porque había una expectativa de que la sentencia diera alguna expresión, algo que permitiera sostener que éste iba a ser el único juicio o que los oficiales inferiores habían actuado bajo el imperio de órdenes que no podían resistir. Pero, por cierto, no era algo que se pudiera hacer porque la práctica es que cuando en el transcurso de un juicio aparece la comisión de otro delito, el juez está obligado a sacar testimonio y ordenar que se investigue. En este caso, que eran centenares y centenares de hechos que los teníamos frente a nuestros ojos, por supuesto que tenía que investigarse la responsabilidad de los autores directos. Con esto quiero decir que no fue un punto de discusión dentro de la Cámara. Naturalmente incluimos ese aspecto.
–Hay otro hecho bastante conocido, que es la decisión de ustedes, después de la sanción de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, de sacar del país la prueba del juicio. ¿Creen que fue una decisión atinada?
–Era la prueba de la audiencia. Como es un juicio oral, el documento de la realización de la audiciencia es la filmación. Temíamos lo que fuera a pasar. Hay que tener en cuenta que Alfonsín sufrió tres alzamientos militares, pidiendo la amnistía. Por eso nos decidimos y aceptamos un ofrecimiento que por intermedio del profesor (Bernardo) Beiderman nos hizo llegar a un Instituto Internacional de Derecho Penal y Criminología que tiene sede en Oslo, Noruega. Sacamos una copia de la audiencia medio subrepticiamente porque ya no estábamos en el tribunal y la llevamos en nuestras valijas con los pañuelos y las medias ahí metidos. Dejamos la sentencia y, para nuestra sorpresa, el recibimiento que nos hicieron en Oslo fue impresionante. Fuimos agasajados tanto por la Corte Suprema, por la Asociación de Abogados y por el Parlamento. La ceremonia en la que entregamos los casetes fue muy pomposa.
– Es que no existía una experiencia como la argentina de juzgar a los máximos responsables de las Fuerzas Armadas por un tribunal nacional tan poco tiempo después…
–No, claro, fue un proceso inédito.
–¿Y cómo ve el proceso de justicia actual después de la reapertura de las causas?
–Yo soy de la idea de que esas heridas tan profundas que ha producido el terrorismo de Estado, esos crímenes tan terribles como los que padeció la sociedad argentina, solo pueden cerrarse con justicia. Es decir, a mí me pareció bien que se reabrieran los juicios. Por supuesto que hay mucha polémica, porque se aplicaron reglas de derecho internacional y se dijo que esto no podría reabrirse porque se estaban aplicando retroactivamente normas.Yo creo que esto ha ayudado a tratar de cicatrizar estas heridas. Por eso ese modelo de comisión de la verdad y de enjuiciamiento de la Argentina luego llegó a todas partes del mundo.
–¿Qué le pasa cuando parte de la dirigencia actual dice que lo que se ha contado durante los últimos 40 años de la Argentina es mentira, una fabricación de las Madres, las Abuelas y la izquierda?
–No dicen que es una mentira. Lo que se dice es que se ha ocultado o se le ha restado importancia a los crímenes cometidos por las organizaciones armadas. Pero nadie discute lo que pasó. Es decir, que acá hubo un plan criminal consistente en secuestrar, en torturar, en violar sistemáticamente a las mujeres, apropiarse de los bienes, apropiarse de los chicos y asesinar en secreto. Eso no está bajo discusión. Es uno de los grandes aportes que ha hecho el juicio. Lo que se reclama es por los crímenes cometidos durante la década del 70, que por cierto han ocurrido y nadie los niega.
–¿Y en ese caso usted considera que todavía se los puede juzgar o que eran delitos comunes y que prescribieron?
– También es un punto muy polémico. Si constituye o no un delito de lesa humanidad, si es imprescindible una presencia estatal para que esto lo sea, es un punto discutido aún en el derecho internacional. Hasta el presente nuestra Corte Suprema ha dicho que no. En el caso Lariz Iriondo, que es la extradición de un miembro de la ETA, nuestra Corte Suprema dijo que los delitos de terrorismo prescribían. Pero, por cierto, yo creo que más allá de la reapertura, que sería simbólica, casi todos los autores de esos delitos han sido asesinados o han muerto. O algunos de estos casos que ya han sido también juzgados, yo creo que lo que se pretende es una suerte de reparación simbólica o económica.
–Cuarenta años después, ¿usted piensa que la sociedad argentina podría haber aguantado la transmisión en directo de las audiencias del Juicio a las Juntas?
– Es contrafáctico. Yo creo que hubiera sido sin lugar a dudas muy impactante, porque si lo fue nada más que con el periodismo gráfico y con imágenes sin sonido que se transmitían por televisión a la noche. No sé si hubieran permitido una transmisión en directo porque las restricciones que hubo en la comunicación, soy absolutamente sincero, fueron tomadas para tratar de no exacerbar el malestar militar. Esa es la razón. Y aparte porque aún así yo no creo que hubieran permitido nunca una televisión en directo para tratar también de salvaguardar ciertas solemnidades que tenía que tener el proceso.
https://www.pagina12.com.ar/819423-ricardo-gil-lavedra-nadie-puede-discutir-que-hubo-un-plan-cr

QUIEN ES AGUSTIN LAJE ARIGONI

 

El video oficial del 24 de marzo es muy interesante, más allá de la discusión acerca de si su autor cobró 50.000 dólares por hacerlo o fue un aporte ad honorem. El expositor es Agustín Laje, presidente de la Fundación Faro, que se encarga de recaudar fondos para las necesidades electorales del gobierno. Nacido en 1989, se presenta como parte de una generación que vivió toda su vida en democracia. Los violentos años ’70 le llegaron como ejercicio de memoria. Los alumnos del siglo XXI fueron adoctrinados en un relato maniqueo y reduccionista. “Algo no me cerraba, me parecía que al relato le faltaban partes, que a la historia que me estaban vendiendo estaba sesgada e incompleta. Por eso, a mis 15 años decidí comenzar a investigar por mi propia cuenta. Accedí a numerosa bibliografía, recorrí hemerotecas y me entrevisté con protagonistas de la época y así pude conocer mejor nuestro pasado”. Es decir, un joven virgen de cualquier preconcepto, que desconfió de la versión que le transmitían sus profesores y se dedicó a investigar por su cuenta. Su conclusión es que las Fuerzas Armadas respondieron a una agresión terrorista en el contexto de la guerra fría. No niega los hechos, los justifica. Hasta el amigo presidencial Alejandro Fantino lo refutó: “No me interesa si en el secundario te daban bien o te daban mal la historia. Yo estuve en el Liceo Militar, dos años, entonces la historia me la contaban de otra manera como no te la contaban a vos”.

Laje, al centro, con Novelli, uno de los investigados por la criptoestafa $Libra.

La biografía real

Esta biografía es tan atractiva como falsa. Agustín Laje Arigoni, como firmaba antes de ingresar a la galaxia libertaria es, en realidad, sobrino nieto de uno de los militares condenados por Crímenes de Lesa Humanidad. Se trata del coronel Raúl Fierro, hermano de su abuela, quien fue detenido en 2008.

Como coronel organizó para Luciano Benjamín Menéndez el denominado proceso de recuperación de los pocos sobrevivientes que el Cuerpo III decidió dejar con vida. Una de esas sobrevivientes, Liliana Geuna, contó en la “Megacausa Menéndez III (La Perla – Campo de la Ribera – D2)” que los llamaban Muertos que Caminan y a cada uno le asignaban un número.

Ella y otras víctimas estaban lavando autos y el represor Ricardo “Fogo” Lardone les dijo que no podía soportar el olor de una goma quemada porque le recordaba a los fusilamientos. “Que los fusilaban así: esposados atrás y que algunos que tenían miedo, como el torturador Raúl Fierro, les hacían atar también las piernas. Que tiraban alquitrán y les prendían fuego. Dijo: ‘Tengo el olor en la nariz y la visión de los cuerpos que cuando se queman, empiezan a moverse’”. Geuna entonces levantó sus brazos ante el Tribunal y los movió como los de un muñeco desarticulado. Luego los bajó y se quedó en silencio.

Otra testigo, Valentina Enet, contó que buscando a su hermano secuestrado su padre consiguió una cita con Fierro. En su oficina del Tercer Cuerpo, Fierro recibió una llamada del cardenal Francisco Primatesta y los dejó solos. “Yo me tiré sobre el vidrio de su escritorio porque debajo tenía muchas fotos. Casi todas con puntitos rojos como de sangre y marcas con lapicera. Una, la más grande, me llamó la atención: no tenía cabeza”. Fierro regresó en forma tan súbita como se había ido. Con una sonrisa dijo: “Ah, veo que estuviste mirando mi álbum de recuerdos… Pero a ése no lo vas a reconocer. Es Vaca Narvaja. Eso les pasa a los padres de los subversivos que buscan a sus hijos”. Su historia fue consignada en el  El Diario del Juicio, editado en Córdoba por las asociaciones de Familiares e Hijos.

 

 

Fragmento extraído de la muestra de represores del Espacio de Memoria La Perla.

El catedrático Miguel Hugo Vaca Narvaja fue un dirigente de la Unión Cívica Radical y el último ministro del Interior del presidente Arturo Frondizi, luego de cuyo derrocamiento presidió la UCRI. Lo secuestraron de su domicilio dos semanas antes del golpe del 24 de marzo de 1976 y su cabeza fue hallada en una bolsa de nylon en Alta Córdoba. Su hijo homónimo, abogado, había sido detenido el 20 de noviembre de 1975 al salir de los Tribunales Federales, donde defendía a presos políticos. Fue torturado en el Departamento de Informaciones D2 de la Policía de la Provincia y alojado en la Unidad Penitenciaria Nº1 (UP1) de Córdoba. El 12 de agosto de 1976 fue extraído de allí para un supuesto traslado, junto con los hermanos Eduardo y Gustavo de Brueil. Vaca Narvaja y Gustavo fueron asesinados durante el trayecto, y Eduardo obligado a presenciar la ejecución, con el recado de contarlo a los demás presos para infundirles terror. El nieto homónimo fue colaborador de María Elba Martínez en denuncias por violaciones a los derechos humanos y hoy es el juez federal Miguel Hugo Vaca Narvaja.

Sara Solarz de Osatinsky declaró en el juicio que en represalia por la fuga de su esposo de la base aeronaval de Rawson, Menéndez, Fierro, El Nabo Ernesto Barreiro y Héctor Pedro Vergez, se propusieron “borrar nuestro apellido de la faz de la tierra”. Mientras estaba detenida, Vergez la visitó en la ESMA, para narrarle en sádico detalle cómo habían asesinado a sus hijos de 19 y 15 años.

Laje no tiene responsabilidad alguna en hechos que sucedieron antes de su nacimiento y le asiste el derecho a fijar su posición sobre cualquier tema, pero no a ocultar datos tan significativos de su propia biografía para hacerse pasar por un observador imparcial que estudia los hechos por amor a la verdad. Esa pretensión también contradice sus numerosas tomas públicas de posición sobre hechos del presente: llama cerdo a Maradona, tipo a Florencia de la V, hijas de puta que enseñaron a sus hijos a matar a las Madres de Plaza de Mayo e insta a las fuerzas de inseguridad a apuntar bien al disparar balas de goma o cartuchos de gases lacrimógenos.

 

 

“ERAN NICHOS, NO CALABOZOS”

21-3-2024 | Arrigo Bonino ofreció su testimonio con relación a su tiempo secuestrado en el D2. Narró los padecimientos que sufrió en carne propia, el sufrimiento de otras personas detenidas junto a él, especialmente el de muchas mujeres, y también reveló el llamado que uno de los acusados le hizo a finales de 2023 pidiéndole que incurriera en falso testimonio para defenderlo en juicio oral. La próxima audiencia será el 4 de abril a las 9:30.

“Yo era un pibe, era un estudiante de la facultad, un pibe”, dijo Arrigo Enrique Eduardo Bonino antes de dar comienzo al relato de su secuestro. Corrían los últimos días de marzo de 1976 y hacía poco se había concretado el golpe de Estado que derrocó el gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón. Arrigo tenía 19 años y estudiaba para convertirse en ingeniero. Aunque tenía en su entorno mucha gente que militaba –“¿Quién no tenía una militancia en esa época?”, dijo–, él no formaba parte de ningún partido ni participaba activamente en las asambleas estudiantiles. Una tarde de sábado, mientras pasaba el rato con un amigo, fue invitado a un cumpleaños de quince en el Golf Club. En la fiesta no pasaba mucho, por lo que una de las chicas que estaba ahí les propuso salir a buscar una obra de teatro para hacerla en grupo y divertirse un poco. Arrigo ofreció su auto y salieron de la fiesta junto a su amigo y un acompañante más.

Declara Arrigo Bonino en la biblioteca de Tribunales Federales

Ya regresando de su búsqueda, cerca del viejo Liceo Agrícola, Arrigo vio luces azules por el espejo retrovisor y empezó a escuchar tiros. Cuando detuvo el auto, escuchó que, a través de un megáfono, se les ordenaba bajar del vehículo, excepto al conductor, para luego detenerlos y llevárselos. A él, por su parte, le colocaron una pistola en la cabeza y lo hicieron manejar hasta una seccional de policía cercana, en la que lo dejaron esperando en un patio interno lleno de jóvenes en su misma situación. Al rato, lo sacaron de ahí y lo obligaron a conducir su auto hasta el Palacio Policial, donde operaba el D2.

El D2

Ya en el estacionamiento del Palacio Policial, le ataron las manos y lo vendaron, lo ingresaron al edificio y lo llevaron, a través de unas escaleras, hasta una pequeña celda en la que lo encerraron. Lo guiaron por los pasillos del edificio dándole golpes en la espalda, Arrigo recordó haber escuchado a alguien que preguntaba si él era “el flaco que hay que matar”. En el calabozo –al que Arrigo prefirió llamar “nicho”–, le informaron que, a partir de ese momento, dependía del PEN –Poder Ejecutivo Nacional–, y lo dejaron ahí para que pasara la noche. Arrigo recordó haber escuchado ruidos que venían de arriba como si allí hubiera gente circulando.

En el D2 no pasó más que un par de días –quizás una semana– secuestrado; sin embargo, las experiencias de esos días lo marcaron a fuego. Así, relató algunas anécdotas en un intento de graficar los abusos que tenían que soportar las personas allí encerradas.

En primer lugar, contó cómo a la mañana siguiente de su ingreso al D2, un hombre entró a su celda y le preguntó –golpes mediante– por una tal Eva, de quien él no sabía nada y por quien le volverían a preguntar más adelante. Recién al salir del D2, Arrigo se enteraría de que Eva era la mujer que los acompañaba en el auto al momento de la detención. También recordó escuchar el sufrimiento de otras personas en calabozos vecinos, como era el caso de muchas mujeres que por las noches gritaban pidiendo clemencia. “Uno saca sus conclusiones: las llevaban y las torturaban”, sentenció. Relató una situación particular en la que, con el nerviosismo ganándole la partida, le pidió un cigarrillo a un oficial. Este se desabrochó el cinturón y le dijo: “Tengo un Toscano y es para vos”.  La cosa quedó ahí. Pero, tras el hecho, la cara de ese oficial le quedó grabada en la memoria y, por eso, mucho tiempo después, mientras comía en una sandwichería de Mendoza, reconoció a ese mismo oficial en la persona que se había sentado a su lado.

Sobre las razones de su detención, al día de hoy Arrigo duda. Considera que la razón podría ser su expulsión de la facultad –por “terrorista en potencia”–. Pero, tras casi 50 años, no logra recordar si la expulsión se dio antes o después de su detención. Lo que sí pudo relatar con seguridad es que, después de salir del D2, el cursado se le hizo muy difícil: los compañeros no lo miraban y los profesores lo menospreciaban. Además, cuando se dio la expulsión, su padre mandó una carta a la facultad diciendo que Arrigo se ponía a disposición para demostrar que la acusación era falsa. Desde ese momento en adelante, empezaron a seguirlo a todos lados, a cachearlo, a hacerle preguntas.

La llamada del excomisario Venturino Amaker

Una vez concluido el relato sobre su paso por el D2, Arrigo pasó a lo que consideró la parte más importante de su testimonio, aquello por lo que se decidió a declarar: la conversación en la que el excomisario Venturino Amaker –uno de los acusados de este juicio– le pidió que incurriera en falso testimonio para defenderlo en el juicio oral. A fines de 2023, contó Arrigo, la madre le avisó que el excomisario –quien había sido compañero de su abuelo en los boy scouts– había llamado preguntando por él. Cuando le pidió el número de Arrigo, su mamá se negó a dárselo, pero sí tomó el contacto telefónico de Venturino para que Arrigo pudiera comunicarse cuando quisiera. Al tiempo, Arrigo lo llamó y el excomisario –tras “endulzarle el oído” hablándole de su abuelo y de su padre– le solicitó que lo defendiera cuando lo citaran a testificar: “Yo estoy preso en mi casa y mi abogado me ha pedido para ver si ya puedo entrar en libertad porque estamos con el tema del juicio por los presos en el Palacio Policial… y me ha dicho que hable con todas las personas que yo conozca y les pida que me ayuden para que yo pueda salir en libertad”, habría dicho el acusado. Cabe recordar que el abogado de Venturino Amaker es el defensor oficial Leonardo Pérez Videla.

El testigo después de su declaración

Arrigo confesó no creer nada de lo que el expolicía le decía y terminó por convencerse de la insensibilidad de su interlocutor cuando, tras los reclamos que Arrigo le hizo por las atrocidades que ocurrían en el D2, Venturino sostuvo que todos sus compañeros de armas le habían confesado que mataban mujeres, pero que, para él, ese era el límite. El testigo llegó a la conclusión de que para esta persona lo que confesaba le resultaba natural y no quiso saber más nada con él. En ese momento fue que se decidió a ofrecer su testimonio.

Finalmente, antes de concluir con su participación en el debate oral, Arrigo contestó a las preguntas de la fiscalía ofreciendo todo su conocimiento sobre los casos de Billy Lee Hunt, Mario y Gustavo Camín y Amadeo Sánchez Andía. El primero, Billy Lee Hunt, era un amigo de la secundaria de su hermano, que pasó un par de días en el departamento de su familia y fue secuestrado y desaparecido. Luego, el caso de Mario Camín, amigo de su hermano y desaparecido tras ser detenido a la salida de la UTN, y su papá, Gustavo, también desaparecido. Y, por último, Amadeo Sánchez Andía, peruano que estudiaba periodismo y que se hizo amigo suyo por medio de su cuñada, quien también estudiaba periodismo. Amadeo tuvo un accidente en micro, contó Arrigo, y lo trasladaron, muy mal herido, a Palmira o a Junín. De noche lo retiraron del hospital y lo fusilaron en Canota.

La próxima audiencia quedó pactada para el viernes 4 de abril a las 9:30.

 

AUDIENCIA 40 / “ERAN NICHOS, NO CALABOZOS”

Décimo tercer juicio – Ciudad de Mendoza

AUDIENCIA 34 / TESTIMONIO DE UNA ESPECIALISTA SOBRE LAS FUERZAS PARAESTATALES Y SU RELACIÓN CON EL D2

AUDIENCIA 34 / TESTIMONIO DE UNA ESPECIALISTA SOBRE LAS FUERZAS PARAESTATALES Y SU RELACIÓN CON EL D2

Foto principal: Coco Yañez

29-11-2024 | Laura Rodríguez Agüero, doctora en Historia, ofreció sus conocimientos sobre la violencia ejercida en Mendoza durante el terrorismo de Estado contra mujeres en situación de prostitución por parte de comandos paraestatales y la relación de estos con el D2. La próxima audiencia tendrá lugar el 14 de diciembre a las 9:30.

En una nueva audiencia de este 13.° juicio por delitos de lesa humanidad en Mendoza, Laura Rodríguez Agüero —historiadora, investigadora del Conicet y docente universitaria— se presentó ante el Tribunal Oral Federal N.° 1  para ofrecer testimonio de su conocimiento, a pedido de la fiscalía. Así, comenzó relatando que para su tesis doctoral investigó el ciclo de protestas que se dio en Mendoza entre el Mendozazo, en 1972, y los años de la dictadura y que logró reconstruir el circuito de la violencia paraestatal durante esos años. Además, en el marco de sus investigaciones, tuvo la oportunidad de entrevistar a mujeres en situación de prostitución que fueron perseguidas, detenidas y maltratadas por los comandos paraestatales que actuaron en la provincia durante el terrorismo de Estado. Muchas de esas mujeres pasaron por el D2 y dos de ellas pudieron darle cuenta de sus experiencias y también de la vida y el sufrimiento de muchos de las personas detenidas allí por razones políticas, con las que compartieron cautiverio.

Violencia paraestatal

Laura definió la violencia paraestatal como aquella violencia ejercida por personas del Estado con recursos del Estado, pero en paralelo a los circuitos legales del Estado. Así, en Mendoza y en todo el país, existieron diversos comandos paraestatales conformados por agentes de las fuerzas armadas, policiales y de seguridad, quienes llevaban a cabo actividades represivas vestidos de civil. La particularidad de nuestra provincia, contó la doctora, fue el carácter moralizante de estas organizaciones y la virulencia con la que actuaban. Dos de los más importantes comandos fueron el Comando Moralizador Pío XII y el Comando Anticomunista Mendoza (CAM), ambos bajo el mando del jefe de la Policía, el vicecomodoro Julio César Santuccione.

Diario Mendoza. 26 de julio de 1975

Sobre los comienzos de estos comandos, Laura contó que el CAM apareció a mediados de 1974, con atentados dirigidos principalmente a militantes populares. Por otra parte, también a principios de 1974, empezaron a aparecer noticias en el diario Mendoza y el diario Los Andes que daban cuenta de la persecución e, incluso, el asesinato a mujeres en situación de prostitución. Al mismo tiempo, aparecieron cadáveres en la zona de Colonia Papagallos y en Canota, un paraje ubicado sobre la Ruta Provincial n.° 52 camino a Villavicencio, cadáveres que eran los cuerpos de prostitutas, proxenetas y militantes políticos. «Era una decisión de la fuerza que los lugares de depósito de cuerpos fueran Canota y Papagallos», acotó Laura. Por estos eventos, unos pozos naturales en Papagallos se hicieron conocidos en la jerga periodística como «los pozos de Santuccione”.

Más adelante, durante los primeros meses de 1975, los asesinatos vinculados al negocio de la prostitución y el narcotrotráfico se incrementaron y el diario Los Andes informó que podría tratarse de un comando moralizador. Finalmente, el 26 de julio de 1975, el Comando Moralizador Pío XII se presentó al público mendocino a través de un comunicado en el diario Mendoza en el que se definió como un grupo moral y defensor de la salud pública que pretendía ajusticiar a prostitutas con cadenas, palos y cartuchos cargados con sal. Sin embargo, el Comando Moralizador Pío XII no solo perseguía a personas en prostitución, sino también a personas por su sexualidad u orientación sexual. Tal fue el caso de la desaparición de Napoleón Araneda a comienzos de diciembre de 1975, por ejemplo, un bancario sin ningún tipo de militancia política, gay y “muy afeminado”, según sus compañeros de trabajo.

Sobre el posible trasfondo del comando, la doctora Rodríguez Agüero dijo que la policía aprovechaba el contexto de terrorismo para saldar deudas con proxenetas, como, por ejemplo, cuando alguien no quería pagar coimas. También comentó que en las crónicas periodísticas de la época hay muchas pistas que insinúan que la policía estaba involucrada.

Entre la aparición pública del comando y la llegada del “Proceso de Reorganización Nacional”, los crímenes continuaron y los medios siguieron informando —gracias al compromiso de personas como Antonio Di Benedetto, quien para entonces era el subdirector del diario Los Andes—. Esto duró hasta el comienzo de la dictadura, cuando las noticias dejaron de aparecer.

El testimonio de las sobrevivientes

Ante la necesidad de seguir con la reconstrucción del aparato represivo durante la dictadura, Laura comenzó a buscar testimonios y encontró a dos mujeres sobrevivientes del Comando Pío XII. Una de ellas, Mimí, se reconocía como doble sobreviviente, por un lado, del sistema prostituyente y la trata de personas y, por el otro, del terrorismo de Estado. En las entrevistas que Laura le realizó hizo mucho hincapié en lo que significó para ella el paso por el palacio policial, sitio en el que funcionaba el D2. Allí, si bien estaban detenidas en las celdas de contraventores —distintas a los calabozos en los que recluían a las personas secuestradas por razones políticas—, a veces coincidían con los «extremistas», tal como los llamaban los oficiales de la policía. La gran diferencia entre ellas —muchas eran analfabetas— y los militantes secuestrados era el nivel educativo, le contó Mimí. En estas condiciones, las mujeres detenidas por el Comando Pío XII desarrollaban cierto compañerismo con las  presas y los presos políticos y, aunque los agentes de seguridad les ofrecían ser informantes, nunca accedían a hacerlo. Para ellas, el enemigo era la policía. En ocasiones, para ayudar a alguien que sufría, una de ellas se dejaba manosear para distraer a algún agente, mientras otra asistía a la persona lastimada.

Diario Mendoza. 14 de septiembre de 1975

En el D2, las mujeres detenidas por el Comando Pío XII eran sometidas a los mismos castigos que sufrían otras personas detenidas por su militancia, con excepción de la picana eléctrica. Según Mimí, Santuccione tenía una saña especial contra las prostitutas. Así, muchas veces las hacían dormir en el piso, sin nada con que taparse, en el medio del invierno, y en la ocasión en que un policía “de los buenos” les acercó unas frazadas, Santuccione se las retiró tras hacer un escándalo. Por este encono que Santuccione tenía con ellas, Mimí tuvo que pasar varias veces por el “calabozo cero”: una especie de sarcófago vertical con una mirilla en la puerta, donde solamente entraba una persona parada. Cuando metían a alguien ahí y corrían el pasador de la puerta, quedaba en completa oscuridad y así dejaban a la persona durante 24 horas, generalmente como castigo por hablar y ayudar a «extremistas».

Por otra parte, si bien nunca eran llevadas a la sala de tortura, sí eran testigos de los maltratos contra las personas detenidas por razones políticas. Muchas veces, al intentar volver a sus celdas después de algún trámite que las obligaban a hacer dentro del edificio, se perdían y llegaban a observar y a escuchar a personas bajo tortura. Una de las sobrevivientes, incluso, llegó a narrarle a Laura una situación en la que, mientras torturaban a un chico de unos 18 años, un represor empezó a gritar “¡se me murió! ¡Frazadas, frazadas!”, lo que significaba que tenían que retirar un cuerpo.

La testimoniante señaló,  además, que, pese a las inspecciones y a tantos testimonios, hay celdas bloqueadas y muchos vacíos respecto del funcionamiento del centro clandestino.

Material documental de relevancia para la causa

Finalmente, concluyendo su testimonio y ante la propuesta de la fiscalía, la doctora Laura Rodríguez Agüero se mostró dispuesta a aportar todo el registro documental que ella tiene para sumarlo como prueba para este juicio. La fiscalía también pidió por su tesis doctoral y le reclamó al tribunal la presencia de los acusados en la sala durante las próximas audiencias.

La próxima audiencia será el viernes 13 de diciembre a las 9:30 h.

Laura Rodríguez Agüero, doctora en Historia.